Fernando Egui

Vincent

La historia, que en esta ocasión, está a punto de ser relatada, está fuera del alcance de los sentidos de Vincent. Él nunca supo en realidad lo que sus labios pronunciaron en aquel extraño momento; lejos de percibir y poder recordar lo que aquella escena imprimió en esa alcoba, en ese lecho de muerte, en ese lugar grabado de tristeza…

***

El pequeño Vincent siempre se mostró un tanto diferente a los niños de su vecindario. A pesar de ser completamente sano, sus actitudes retraídas no dejaban de preocupar a su madre.

Vincent ya tenía edad para ir solo a la escuela; tomaba el autobús en la parada cercana a su casa y se regresaba de la misma manera; ya que la escuela donde estudiaba no quedaba lejos.

Siempre fue un chiquillo callado, un tanto apartado de esa característica energía de sus compañeros.

Sus actitudes se alejaban de todo lo que el criterio social pudiese catalogar como normal. Sus deseos eran ilegibles, así también su faz, oscura y disjunta de los estímulos que le rodeaban. Su comportamiento era inerte y calladamente complaciente. Definitivamente era un niño extraño. Sus padres ya no hallaban cómo estimularlo y poco a poco fueron cediendo ante la fuerza de aquella personalidad.

Las noches de Vincent no escapaban de esa condición oscura. Muchas veces su madre lo despertaba, mientras éste, sufría en sus repetidos episodios de pánico al dormir.

-¿Qué soñabas?- le preguntaba siempre la madre, a lo que el niño respondía entre incoherencias:

-Que algo se metía dentro de mí…- Vincent hablaba como extenuado, como si algo le robara su esencia - Que no era yo…- agregaba a la excusa de su desespero.

Su madre, luego de aquellos ataques, no encontraba otra respuesta que no fuera esa última. Muchas veces pensó en llevarlo a un especialista, pero nunca se atrevió; nunca lo hizo. Por fortuna, los episodios de pánico al dormir eran intermitentes y no tan seguidos. De alguna u otra forma, eran el único momento en que Vincent demostraba afecto por su madre, abrazándola luego de despertar aún aterrado.

Solo luego de esos fatídicos episodios Vincent se mostraba vulnerable ante su madre, rodeándola con sus pequeños brazos y, aquella desconcertada mujer, agradecía al momento saberse aun amada por su hijo. La consecuencia del miedo, de alguna u otra forma, les unía: como un placebo.

Vincent nunca describió sus pesadillas, pero en sus gritos se podía notar que, lo que inconscientemente experimentaba, debía ser algo macabro y profundamente perturbador.

Así transcurrían los meses entre ataques intermitentes y silencios incómodos en aquel hogar disfuncional. Para sorpresa de sus padres, Vincent era buen estudiante y sus calificaciones eran dignas de reconocimiento. Sus profesores le restaban importancia al hecho de que era un niño retraído y callado.

Nadie entendía realmente lo que pasaba por la cabeza de Vincent. Su padre siempre comentaba que era un niño adelantado para su edad y que sufría depresión de adolescente (a pesar de estar a pocos años de poder llegar a esa etapa) Las conjeturas de aquel padre atribuían el comportamiento de Vincent apuntando que era muy maduro para su edad y que, por ende, su entorno no le era de su total interés.

-Ya verás cómo se le pasará cuando conozca a una chica- siempre repetía aquel convencido y despreocupado padre.

***

Cierto día de escuela se informó a los estudiantes que, como parte del programa escolar de labor social, esa semana se visitaría uno de los ancianatos de la ciudad.

El programa comprendía diversas actividades con aquellos ancianos a quienes se les llevaría comida y presentes como ropa y accesorios para el descanso.

Llegado el día, todos los chicos fueron alistados y dispuestos en los autobuses respectivos, siguiendo la coordinación por parte del personal de la escuela. Vincent estaba en uno de esos grupos y, tal como sus compañeros, fue dispuesto en uno de los acostumbrados y amarillos buses para hacer la visita.

Una vez llegados, los niños fueron guiados por el personal de la escuela. Entre ruidos y algo de desorden aparentemente momentáneo Vincent se alejó de su grupo, observando detenidamente la edificación destinada al cuidado de aquellos ancianos.

El lugar mostraba algunos ancianos viendo televisión, jugando cartas; otros tantos, sentados o de pie, simplemente dirigiendo su mirada a un punto desenfocado entre el aire y el piso de granito.

Inadvertidamente, casi como sin darse cuenta, Vincent se encontró atravesando un pasillo, y al final, una puerta entreabierta llamó su atención. Se sentía extrañamente atraído a aquel lugar y su curiosidad lo llevó a empujar por la perilla para seguir descubriendo imágenes, olores y sensaciones. La ocasión se abría paso hacia una escalera que ascendía a un piso superior. Subió sin ser visto. Ya en el nuevo piso, otro pasillo proyectaba una gama de puertas tanto del lado izquierdo como del lado derecho. En aquel pasillo no había nadie, a diferencia del piso de abajo. Solo él, aquel solitario pasillo y esas extrañas ganas de seguir buscando algo que aun no entendía, pero que quería ver. Sus ganas crecían con cada paso. Su deseo de descubrir algo de verdadero interés lo llevó a sentirse completamente seguro de estar allí por una razón y no por mera casualidad.

A mitad de pasillo sintió la repentina necesidad de detenerse. Vincent había avanzado por aquel lugar con los ojos cerrados, como guiado por su olfato. Detenido abrió sus ojos. Por un momento el pasillo parecía no tener final, proyectándose de manera infinita ante su vista. Inexplicable. Se frotó los nudillos entre las cuencas de los ojos. Aquello no era una alucinación. El pasillo no tenía fin... Se reincorporó. Giró a su derecha y tomó inconscientemente el pomo de una puerta que, luego de rotar su mano empuñada a la perilla, se abrió.

Detrás de aquella puerta ya abierta se podía apreciar una modesta habitación, y dentro de ella, una anciana acostada en una cama. La anciana, aparentemente dormida, abrió sus ojos cuando Vincent se sentó en uno de los extremos del colchón para contemplarla.

Por muy extraño que fuese, Vincent sabía que ese lugar era inexplicablemente parte de él. Absorto por el momento tomó la mano de la anciana, quien resolvió en mirarlo fijamente, escrutándolo directo a sus pupilas.

Vincent se sintió una vez más como en sus sueños. Ajeno a sí mismo. Disociado de su propia alma. ¿Cómo una niño podría sentirse así? ¿Por qué Vincent, motivado únicamente por sus sentidos, caminó atraído hasta aquel lugar?

En la imagen de aquella senil mujer podía verse impresa la soledad, marcada como un longevo estigma. Sin embargo Vincent la veía complacido.

Surcando aquel silencio la anciana le preguntó con una voz ronca -¿qué haces tú aquí?- Vincent no se apresuró en responder. – Nadie me ha visitado en 20 años –retomó- debes marcharte, éste no es lugar para ti, suelta ya mi mano...

Vincent lo hizo para luego llevarla a su hombro.

-Amor eterno, eterno amor…- dijo, y la anciana se estremeció llenando sus ojos de lágrimas en cuestión de segundos. El desconcierto la invadió por completo pues había esperado esa frase por veinte años, desde la muerte de su esposo.

Aquella mujer muchos años atrás tuvo un esposo. Él la adoraba, y juntos, se completaban el uno al otro. Enfermó, y antes de morir, a petición de ella, juró esperarla para encontrarse nuevamente en aquel Elìseo lugar a donde van las almas absque corpus.

La anciana comenzó a llorar y luego, tratando de reincorporarse preguntó entre más preguntas:

-¿Eres tú?, ¿Volviste por mí?, ¿Por qué has elegido ese cuerpo? Juraste esperarme… Juraste esperarme…-

Vincent de nuevo tomó su mano y le dijo suavemente:

- Amor eterno,eterno amor; he abandonado este mundo ciertamente años atrás. En aquella vida no fui del todo sincero contigo. Mis errores y mis faltas callé por mucho tiempo pretendiendo encontrar en ti mi absolución. Para mi sorpresa no fue así. Una nueva oportunidad me ha sido otorgada y es menester para mí el reivindicarme –hizo una pausa y prosiguió- A tu alma sí le espera recompensa, es hora ya pues te están esperando ¡Debes irte!-

La anciana inundada por el dolor exclamó con voz entrecortada:





-No quiero irme sin ti…-

Vincent respondió, logrando persuadirla:

-Necesito que ahora tú me jures que vas a esperarme allá-

La anciana aguardó un instante, terrible instante y luego asintió con la cabeza para cerrar sus ojos por última vez, besando la mano de Vincent en señal de aceptación.

Sus ojos, ya cerrados, siguieron derramando lágrimas por unos segundos más y así su alma se marchó...

Vincent se retiró cabizbajo recordando su olvidada condena.

Atravesó el pasillo de vuelta y bajó por las escaleras para retomar su grupo escolar, quienes no notaron su momentánea ausencia.

De nuevo en uno de los asientos del autobús, entre el ruido de los demás chicos, miraba a través de la ventana en dirección a aquel cuarto, exhalando entre susurros, con su mano apoyada al vidrio:

-Espérame…-

El golpe ingenuo de otro niño lo sacó de ese melancólico momento. Los chicos en aquel autobús se sorprendieron pues no contaban con tropezar a ese tal Vincent, siempre extraño, quien luego de estrujarse una vez más los ojos con sus nudillos cambió su apático rostro por una sonrisa y se unió al infantil juego de sus compañeros.


Aquella habitación nunca dejó de ser morada de extraños ruidos, lamentos y llantos inexistentes a la vista, pero, nítidos y claros para cualquier oído que estuviese cerca por unos cuantos segundos.

La administración de aquel recinto resolvió en clausurarla luego de varias renuncias puestas por el personal que laboraba en aquel piso.

La puerta sigue cerrada. Y el llanto aislado a veces susurra de noche:

-Aun te espero...


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Published on e-Stories.org on 24.03.2013.

 
 

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