Eduardo Dip

Desde algún lejano rincón

 
      Puede que lo malo traiga algo bueno, se decía Ana cada mañana cuando salía de su hogar rumbo a su trabajo. Su hogar, no tan dulce como el dicho, consistía en una pequeña casilla de madera en el fondo de un terreno que hacía de playa de estacionamiento, el cual debía vigilar durante la noche a cambio de la morada que habitaba.
 
Cada inicio de jornada para Ana era un nuevo comenzar. Tomaba su herramienta de trabajo, un viejo carro de supermercado, y salía a recorrer la ciudad con una sonrisa y una mirada brillante desde sus ojos celestes que parecían ir iluminando su travesía diaria. La búsqueda y recolección de elementos reciclables, los que luego repararía y transformaría en “productos únicos”, como los denominaba ella, era una tarea que realizaba con minucioso cuidado, por  lo que la examinación y posterior elección de los mismos lo realizaba de un modo extremadamente meticuloso. Y ese, su trabajo, era el que hasta el momento la mantenía viva.
 
A pesar de su situación, Ana siempre trataba de estar bien arreglada, y su figura esbelta y esos ojos luminosos provocaba la admiración de cada hombre que se cruzaba en su recorrido diario, aunque el verla empujando su carro cargado de elementos en desuso, parecía ser una barrera entre ella y la sociedad. Ella siempre pensaba que esto era un escudo para que nadie le haga perder tiempo y distraerla de su objetivo.
De todos modos había en su camino algunos piropos que la hacían dar vuelta y devolverle una reverencia cortes a quienes se las habían dedicado con un respeto poco común en estos tiempos tan particulares que se viven en un mundo cada vez menos agradable., pues esto, de algún modo, la hacía sentir a pesar de todo, una mujer.
 
Ya de regreso a su refugio en el ocaso de cada día, su rostro parecía cambiar de fisonomía, así como también su cuerpo, el que sentía derrumbarse apenas abría la puerta de su actual residencia. Pero no era el cansancio de la labor realizada ni de sus largas caminatas por las desniveladas calles de la ciudad lo que la trasformaba, sino la imagen del accidente automovilístico provocado por aquel camionero que semi dormido, en el que le costara la vida de su esposo y de su pequeña hijita de cuatro años hacía ya mas de un lustro.
 
Apenas recompuesta de este cotidiano impacto que la sometía mental y físicamente, Ana conectaba su reproductor de C.D y mientras se preparaba los mates que precedían  a la modesta cena de cada noche, escuchaba la única canción que la relajaba y hasta la estimulaba haciéndola tararear parte de esa letra que, sin saber por que, tanto le gustaba.
 
-“nada es mas simple, no hay otra norma, nada se pierde, todo se transforma……”-
 
 
 http://www.youtube.com/watch?v=nFWaISSTMJo&feature=related

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Published on e-Stories.org on 21.10.2012.

 
 

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