Enrique Serra Mateo

LA CLAC DE OCCIDENTE

 
                                                                  LA CLAC DE OCCIDENTE
 
 
Repleto, señores de etiqueta, elegantes damas, un gran salón con bullicio de risas, sin duda el funeral más alegre y animado que he visto en mi vida. El WESTERN´s CLUB era todo un hervidero de felicidad en el que no parecía que se echase en falta un mueble tan fundamental para estas ocasiones como es el féretro. Tampoco había flores ni crespones.
Al fondo, sobre una tarima y tras un atril plagado de micrófonos con actitud emocionada alguien pronunciaba un discurso. En un plano posterior se alzaba una tribuna  recubierta por cristales tintados de forma tal que nadie podía entrever la naturaleza de los invitados que la ocupaban.
El orador se dirigía al público con palabras de justicia, de paz, del compromiso que las democracias tenían adquirido por derecho propio para ser guía y ejemplo de orden en el Mundo, de la obligación moral en abortar todo tipo de violencia así como el deber de extinguir la pobreza para todo el planeta.
Cada frase, por no decir cada palabra, era efusivamente aplaudida. Tras los cristales tintados también se escuchaban aplausos aunque algo desganados como si de una costumbre obligada se tratara.
Yo, me encontraba allí despistado como siempre pero con la curiosidad que me había despertado la gran cantidad de automóviles lujosos y oficiales que interrumpían el tráfico en la puerta del local junto a la que aparecía una gran fotografía de un personaje barbudo, enturbantado y de color cetrino y sobre la cual con grandes letras la palabra FUNERAL. No pude ver el pie de la foto, seguramente con el nombre del finado, porque una agolpada multitud me lo impedía.
Ya dentro y visto lo ya descrito fui entendiendo que me hallaba en pleno Club de Occidente del cual, sin poseer acciones del mismo, tenía ciertos derechos por nacimiento, y si en un principio pensé que todos los valores que se mencionaban en el discurso eran propios del muerto la cosa cambió cuando tras repetidos ¡Vivas a Obama! se continuó hablando de los infames crímenes de Al Qaeda hasta caer en la cuenta de que el que estaba de cuerpo no presente era un tal Bin Laden.
Parece ser, por algún comentario suelto que oí, que se trataba de un jubilado propietario de un inmenso negocio de terroristas y que desde un tiempo no muy lejano y aun en la actualidad, sus herederos continuaban metiendo goles a los grandes equipos de primera e incluso de segunda y lo que allí se estaba celebrando era su expulsión  a perpetuidad del terreno de juego de la vida presuponiendo erróneamente que con diez ya no podían ganar ningún partido.
Debo confesar que soy un hombre no muy leído ni tampoco muy sabido en cosas de fútbol pero intuyo que tan marrullero puede ser el vencedor como el vencido, cada uno a su estilo, aunque eso sí, el trofeo del vencedor con su brillo ciega lo suficiente para ocultar sus tropelías, además cuenta que el paso del tiempo juega a su favor por llevar al olvido el como y de que manera alcanzó sus hazañas.
En un rincón algo más discreto, un hombre ya entrado en años, con semblante triste y algo reflexivo, mantenía al igual que yo una actitud expectante, advertí que había reparado en mí y me aproximé a él. Tan sólo me dijo:

  • ¿Nos vamos?.
 
Cruzamos la calle y tomamos asiento en un café cercano. Nuestra conversación comenzó.

  • Acaba de presenciar Vd. una jubilosa celebración sobre una supuesta victoria- me dijo.
 
Luego, quedó a la espera de mi reacción. Con su breve afirmación no había hecho más que sentar las bases de su postura dejando en el aire una pregunta sobre la mía.
 

  • Por lo que he visto y oído me da el que pensar acerca del discurso propio del mago que con sus trucos convence de una falsa realidad. Lo que no sé es si la totalidad de la clac aplaudía la discutible habilidad en la ejecución del truco o simplemente no eran conscientes del mismo.
 
Me miró fijamente, su expresión mostraba un “estar de vuelta” resignado.
 

  • Ha pronunciado Vd. la palabra “pensar”, sólo por eso me vale como interlocutor, tanto más por plantearse al menos una duda, cosa que no es frecuente.
 Disculpe el monólogo que voy a exponerle, si en cualquier momento lo advierte aburrido interrúmpame sin reparo alguno. Mi edad me da pocas oportunidades para hablar porque según cree la gente la acumulación de arrugas le convierten a uno en un producto caducado.
 
He trabajado durante muchos años en las Naciones Unidas como asesor jurídico, ayudé a redactar los términos de muchos tratados y a establecer principios. A lo largo de mi vida colaboré y colaboraron muchas personas plenas de buenas intenciones.
Un buen día, ya hace tiempo, al igual que hoy mismo, me di cuenta que casi todo lo que yo y otros creían se quedaba tan sólo en tinta y papel, y me sentí profundamente decepcionado tras tanto fornicar para descubrir, al fin y tarde, que era estéril.
Le resumiré, según lo que sé y entiendo, el caso que Vd. ha presenciado. Todos esos altos dignatarios que aplaudían apasionadamente, todos sin excepción, tienen sus propias alcantarillas a las que los crédulos ciudadanos no tienen acceso. Todas esas alcantarillas, más o menos interconectadas, son dependientes del gran alcantarillado del Imperio.
Lo que se cuece en el Mundo está en el subsuelo y la esencia de los trucos a los que Vd. se refería está en él. Las consecuencias sí están en la superficie aunque sólo en lo que conviene y en eso está el secreto de la magia.
Aparentemente Bin Laden fue amigo y enemigo, pero ni lo uno ni lo otro porque en cualquier caso fue siempre instrumento, válido o no, según las circunstancias, pero no cabe duda de que fue un hombre emprendedor de alianzas, de guerras, de intereses, pero siempre emprendedor.
En este momento se ha decidido que era la hora de eliminarlo, lo cual no significa que sea forzosamente con la muerte, si esto último ha ocurrido, muy pocos y muy en secreto han visto su cadáver. En todo caso me surge la duda del pánico que puede representar todo aquello que podría desvelarse en un juicio y cuantos socavones podrían poner al descubierto las cloacas.
En este asunto, evidentemente, no hay intenciones de justicia pero tampoco de venganza, sencillamente lo que está en juego es la supervivencia del sistema del cual hay que saber sólo lo necesario.
Los grandes criminales que atentan contra la Humanidad, sean de la clase que sean, son vendidos a los Tribunales cuando interesa o dejan de interesar, léase el caso Karadzic por poner un breve ejemplo.
 

  • Pero la ONU,….. le interrumpí.
 
  • La ONU es lo que ya le dije, una corte de buenas intenciones y como tal sus intervenciones de propósitos o de actuación sólo son la avanzadilla de un fracaso que justifica posteriormente la actitud agresiva de la fuerza por parte de sus socios. Créame, en mi despacho había una de las ventanas que me permitía ver con cierto
   placer la estatua de La Libertad, pero también había otra, pequeña, de cristales no                              tan nítidos, desde donde se podían contemplar algunas de las bocas de esos alcantarillados de los que le hablé.
Amigo mío, seguiré oyendo los aplausos de esos palmeros ante burdas falsedades como la de lanzar un cadáver al mar según el rito musulmán esperando que las corrientes lo orienten hacia La Meca, silencios sobre los atropellos de Guantánamo, que sin duda contiene genocidios encubiertos, porque genocidio no supone tan sólo masacre, sino también, y entre otras cosas, las lesiones graves físicas o mentales provocadas a un grupo humano.
Observaré también miradas hacia otro lado, como cuando La Unión Soviética en el Consejo de Seguridad se opuso al término de “genocidio” para tapar su terrorismo de estado, o las muertes y secuelas masivas sobre la población civil en Hiroshima y Nagasaki justificándolo como un acto beneficioso para poner fin a una guerra. A fin de cuentas nunca serán juzgados los vencedores.
 
Bien, sin duda le he abrumado con tan largo perorar aunque le aseguro que se podría continuar abundando con datos fiables. Tal vez le hubiera sido más de agradecer el sustituir este monólogo por una simple moneda, introducirla en la máquina de música del bar y escuchar plácidamente el tango “CAMBALACHE”.
 
Volví a casa, y mientras escuchaba letra y música de su recomendación recordaba algunas declinaciones del latín que aprendí en mi adolescencia pensando en unos inocentes residuos que quedaron de un imperio que fue conquistador feroz, despiadado en mucho, pero en su naturaleza, como todo imperio, civilizado en más o en menos, siempre incontestable.
Me acosté pronunciando en voz alta simbólicamente un ¡NO!
 
  

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Published on e-Stories.org on 06.09.2012.

 
 

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