Maria Teresa Aláez García

Mi gruta

 

ROMANCE DE MI PERSONA.

 

Y en cierta ocasión, creía

que mi cerebro soñaba

con una caja de roble

que mi cuerpo custodiaba.

Que mi madura autoestima

alimentaba mi alma.

Que mis miedos, tan feroces,

sustentaban mis espaldas.

Que mis traumas y vergüenzas

ponían una pantalla

ante hechos y ocasiones

que dañaban mi esperanza.

 

 

Pero no era así. Fue entonces

cuando saqué mi arma blanca

y miré en los exteriores

la negrura de mi llama.

Encontré fibra podrida

de las cosas que, esperadas

por amigos y familia,

jamás, libres, fueron dadas.

Descubrí cemento roto

de inseguridades vanas

por creer lo que no era

y por ser valija falsa.

 

Estoy en una, encerrada,

cueva horrorosa de carne,

de pelo, lípido y grasa,

retorcida y  reinventada

por anélidos infames,

que deliberan, en formas

entre vísceras, sinuosas,

repartiendo la glucosa

por la cortina adiposa

de la oquedad infecciosa.

Las paredes que me cubren

no son paredón de loza,

que son de ósea podredumbre

de falsedad y congoja.

Por dichos muros resbalan

el  odio y el desagrado.

Son ácidos, son viscosos,

pegajoso decorado.

Desprenden olor marino

a rebajarse ante el asno,

a ignorarse ante el mendigo,

a esconder sebosos granos,

a negligencia y a culpa,

a vil deshonestidad.

Entre barro y calavera

junto a traidores humanos

la gruta que me aprisiona

me derrota con mis manos.

En rojos atajos veo

transcurrir tiempos y lunas.

En blancos senderos dejo

alegrías y amarguras.

La sangre es un río negro,

caudaloso, basófilo,

residual de ignorancia,

vacuos eosinófilos,

frustración e intolerancia,

talleres de neutrófilos.

Descarga su gran basura

marrón, desproporcionada,

miserias intestinales,
bilis de cotillas lacras

en un luengo laberinto,

de blanda piel, troceada

por el descarado instinto

que insatisfecho, se clava:

por desórdenes mentales,

por moscas estropeadas,

por hornos sentimentales

incinerados por ratas.

En su entrada, las mucosas
p
resentes están, verdosas,

 y un pestilente aroma

de infecta y pútrida soma

  y de uterina acidez,

hablando con altivez

de su presencia, pregonan

que el lugar nunca abandonan.

. Sus dos salidas cegadas

 por unos engaños ambas,

mucosos y transparentes

de desahogos fecales,

llenos de linfa castrada

que ciegan la gris morada,

catedrales venéreas,

plataformas etéreas,

de piedras de cal renales

 y de rocas vesicales.

 En su interior sólo hay una

 laguna negra infectada

 de dejadez e inconstancia,

suciedad y  horas perdidas,

de inconsistencia y dolencias,

también de inútiles quejas,

disculpas sin fundamento,

enjauladas por árboles

de  bejucos inhábiles,

 suicidio de expectativas,

negación de libertades.

Páramos en los que anidan

los picos de los buitres

de las críticas que anulan

 los cuernos de meretrices

que pegotean lucernas

  en destructivas narices.

 Ánimos esforzadores,

arpías de tinte orina,

ladrones consentidores

ojos de lluvia cetrina,

dragones de tibia  escama,

de las sierpes hemorroides,

 de larga tristeza y cola,

de indolentes soñadores,

que discurren por los huecos

 más ocultos de este monte

de esta amalgama de insultos

orientados a mi norte.

 

Infinita es mi condena

de oxidados orificios

por la opinión que enajena,

de chapas erosionadas,

tacos de hedor purulento,

por escombros tumefactos

 y coágulos de menstruo.

 

Aquí residen mis días

. En un sitio que hace aguas

 y en inundación porfía.

Gotas de cara incomible,

escarlata, beige, lechosas

marrones, irrenunciables,

infantiles, ojerosas,

de rendijas inmaduras

abiertas y recelosas

al tornillo deslizantes

y del parche desertoras

ante impactos viscerales

abren trazos desiguales

por donde escapan las lorzas.

 

Soy dura soy miserable,

soy dejada y perezosa

soy carbón, soy la pimienta

soy la mostaza traidora.

En lo hondo la campana

que me avisa, traicionera,

al  cometer mis delitos

de avergonzadas quimeras

luce fiel de color oro,

refleja a Selene, plata.

Al acercarme es un bronce

duro de estaño y de laca.

Las fauces que me encarcelan

en ideas recurrentes

no muestran ni siendo hirientes

la más mínima deshonra.

 

Allá en el fondo entre rejas,

entre tejidos y huesos

encuentro una luz serena

que parece el firmamento.

No me permite el acceso

por mi huraño sinsentido.

Pero me alumbra el camino

que marca mi retroceso.

O puede ser mi conciencia

que me lleva hacia la cima

o puede ser mi vagancia

que mi proceder sublima.

En la tez de la mirada

y en la lengua viperina,

en mitad de una jornada

que mi vida no domina,

nace la voz que me anima

y me causa mis enojos

y que morirá abatida,

segura, de sus despojos.

 

 

. No me marcho. No. No me iré.

Una vez se alumbró una

 pequeña vela. Me gusta.

 La bujía anda escondida

 en algún recodo de este

 fangal,  lodazal de infaustos

de esta alcantarilla mugre

de la que las cucarachas

 huyen asustadas. Temen

 desánimo y  desconcierto.

que la pobreza contiene

 Es un cirio que va dando

   fogonazos atenuados

 por todo el bajo sistema

 de coprofagia y de guano.

 Es un diminuto foco

que no se consume y deja

 un aire de limón suave,

ignorado en una leja.

En los lugares en los que

su buen hacer y su estancia

consiguen manar calor,

ambrosía, paz y gracia,

nacen rosetas y fresas

pequeñas y delicadas

señales de condolencias

de perdón atenuadas.

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Published on e-Stories.org on 24.03.2008.

 
 

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