Joel Fortunato Reyes Pérez

SISEO INEQUÍVOCO

SISEO INEQUÍVOCO

Porque si se marchita, echará al viento,
que lo demás, fuera ya nadará, con luto mudo,
que negro pone el blanco gris  del ojo al gato,
como la flecha y el arco, que nunca mira,
como eras en la penumbra, rojo, como una claridad.

Era un cálido velo, dulce amanecer,
que toda nada envolvía,
de la inefable amargura serena. La nube y el rayo,
arquitectura, silenciosa, en la espesura,
como la sangre y las venas. ¡Lirio de noche!.
Cuando azote un duro viento al desnudo cajón de madera.

¡Cómo se parece a una cesta de peces sin huevos!
¡A un estanque con  su amante!.
Porque secará la hábil lengua,
a las fuentes con su frente,
y lo hace  menos feo,
en esos cuentos de féretros.
Que les diera bajo la boca,
por gustar
de las manzanas, ya le entregó la boca trémula, a la tarde...

Que oírlos no desea,
ni una ciudad más pequeña,
más propia para el remoto sueño,
donde conduzcamos más allá de las piscinas,
en el asiento del conductor,
al ignoto ególatra en su piel,
varios kilómetros más atrás, de esas horas del suspiro,
por ser de triste género el drama eléctrico.

Anaranjado cada uno, sumido en el grano,
cada uno en su nieve y fuego.

No tienen necesidad del patio los números,
sin amor erizados y sin sentimiento sembrados,
porque serás fuerte y podrás triunfar.
Alma, la vida verde en el tren no es un cuento,
el uno y el otro, anudan al humo,
en el ansia de la semilla ciega,
donde lastimada gime la memoria,
que perdió el rumbo esférico de la luz,
del jazmín con faldas,
aprisionada por su tierra,
al rescate de la suerte.

¡Revestid por favor,
de la vida el color de otras nubes, en la hoja que temblaba,
con la lluvia y con sol!.  Ya los astros están asomados,
en la leve escritura, contando plumas.

Ya luego animal y bestias serán investidos con perdones. Y divertirán hasta  las hortalizas,
que crecen en pequeños recintos, vírgenes y  extremadamente desagradables, al cementerio.
Regadas por los llantos,
de agrestes flautas.
En los árboles y las plantas
que entonaron con brío,
muslos y rodillas,
perdiendo la modestia,
forzando las gargantas  del río, ante el dinero que rueda,
ante las flores que se marchitan,
en el esplendor diáfanas,
ante el hombre que se muere,
más que nunca antes,
en las mañanas,
donde
sin
duda
todo
es
muy
triste.

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Published on e-Stories.org on 19.12.2017.

 
 

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