-Eso no existe, campeón. Todo está en tu mente.
-Pero, papá, Frank dice que la otra noche su hermano…
-Cariño, no todo lo que te dicen tus amigos es verdad – su madre acaricia los cabellos de su hermana desde la cama contigua a la suya – Tu padre tiene razón, cielo.
Anna toma su peluche más cerca y se aferra a la mano desocupada de su madre.
- ¡No es cierto, mamá! ¡También el otro día me metí en unas páginas en internet que nos mandó su hermano y aparecían esas imágenes! – Rodrigo se recarga en la cabecera de la cama mientras sus padres se miran.
- ¿Qué imágenes, mami? -pregunta Anna sacudiendo la mano de Sarahi, quien voltea a su hija y niega con tranquilidad.
-Nada, nena; no le hagas caso, tu hermano puede ser a veces…
- ¡No es cierto, carajo! – berrea el niño
- ¡Hey! – protesta su padre – No le hables así a tu mamá. – Rodrigo gira su cabeza y en tono de reproche contesta:
-Lo siento, mamá… Pero, ¡No les estoy mintiendo! ¡Esa señora… tiene garras… y unos ojos negros que te matan con solo mirarla, y también…!
- ¡Mami…! – la niña se sienta en la cama y abraza a Sarahi, mirando a su hermano - ¡No es cierto! ¡Esas cosas son mentiras!
Rodrigo se remueve en la cama, dándole la cara.
- ¡Claro que sí!
- ¡Claro que no!
-Chicos, basta – Alan toma del brazo a su hijo y lo recarga de nuevo con suavidad. – Ya Rodrigo, por favor.
-Mentiroso…
El niño se vuelve a su hermana una vez más para reprocharle.
-Pues no me creas, pero si en la noche viene y te lleva a ti o a tu Fluppy…
- ¡Ya, Rodrigo! – lo interrumpe su madre, quien acaricia los cabellos de su hija con dulzura y la tranquiliza. – Es suficiente por hoy. Ya es hora, mañana tenemos que levantarnos temprano. – se levanta y deja a Anna en la cama, recostada, quien, a regañadientes, la deja ir. Besa a la niña, a Rodrigo y acaricia el cabello de su marido con suavidad.
-Te espero en la cama, mi amor. – el asiente y la besa mientras que el niño hace una mueca de asco y su hermana sonríe, mientras su madre desaparece por la puerta y abre la de su habitación.
-Bueno, chamacones, ya oyeron a su mamá, y, si no se duermen me regañan… - se levanta y besa la frente de Anna – Buenas noches, princesa. – acomoda el peluche junto a ella y la arropa; se vuelve hacia Rodrigo y le revuelve el cabello – Descansa, General – cuando se agacha a apagar la luz, lo hace de tal manera que pueda susurrarle al oído – No le metas ideas, hijo, por favor. Se supone que das el ejemplo. – cuando se aleja, se limita a asentirle a su papá. Se encamina a la puerta y antes de apagar la luz del techo y cerrar la puerta, les susurra: -Los quiero.
-Nosotros también – dicen los niños al unísono.
La puerta se cierra, dejándolos solos y después de unos momentos, Anna gira la cabeza hacia su hermano.
-Entonces… ¿Es cierto? ¿Esa mujer tiene ojos negros y una hija que carga un peluche… como Fluppy?
Rodrigo la mira.
-Si… se supone que le gustan los niños… compensan al suyo muerto.
- ¿Y por qué con peluches?
El niño rueda sus ojos.
- ¡Ay Anna! ¡No sé! Solo decía eso la página. – antes que su hermana pueda preguntar, el responde – Nos la mandó su hermano, se supone que cuenta la historia de esa mujer… bueno, en realidad, la cuentan la gente que ha sido testigo de ello, como vecinos y familiares... Había imágenes muy feas…
Anna abraza más su peluche y gira todo su cuerpo hacia la cama de su hermano.
- ¿Cómo cuáles?
Piensa unos momentos, recordando aquellos niños sin ojos y ahorcados.
-De niños… muertos. – hace una pausa – La historia dice que les saca los ojos vengando a su hijo, que, en teoría, mató su marido por haber nacido ciego.
- ¿Ella… ella elige a sus víctimas o…? ¿Cómo…?
- ¡Ay! Según viendo la foto de un árbol, en donde, dicen, enterró a su bebé. Pero yo la vi y ni da miedo; podría ser cualquier árbol. – acomoda su almohada y cierra los ojos – Bueno, como sea. Buenas noches, Anna.
-Buenas noches, grandote.
-Abraza bien tu peluche… No vaya a ser que…
- ¡Ya Rodrigo…!
La puerta se abre suavemente - ¿Aún no se duermen? – susurra su padre – Los van a regañar, solo les aviso…
- ¡Cariño! ¿Podrías ayudarme a bajar esto? – grita su madre. Alan gira su cabeza hacía su habitación.
- ¡Voy! – se vuelve hacía sus hijos y susurra – ¡Ya duérmanse!
Cuando se cierra la puerta, Rodrigo rueda sobre su estómago, mientras murmura:
- ¿Ya ves? ¡Cállate!
- ¡Ash! ¡Cállate tú…!
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Published on e-Stories.org on 25.02.2016.
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