Fernando Egui

Marcus


 
                                                                                     

Solo en el aislado y silencioso pero fantástico universo de la lectura Marcus encontraba aquella sensación cercana a la plenitud, comparable solo a un goce supra sexual.
 
Desde joven pasó mucha de sus horas sumergido en las aventuras de aquellas páginas llenas de palabras. Era ese su mundo, era esa su pasión.
 
Con el pasar de los años su afición por aquello se enfocó en la magia de los relatos asombrosos. Aquella afición se convirtió en fascinación, incontrolable pues leía en todo momento. Su insomnio le ayudaba. Se volvió una persona de poco dormir. En su afán por explorar entre las mejores letras del género halló en un autor su inspiración y lo asumió como su maestro.
 
Leía y releía entonces las obras de su maestro; poeta maldito quien hacía helar las venas de cualquiera que leyera su trabajo, perteneciente a muchas épocas atrás, sorprendiendo siempre en sus historias con un final estremecedor e inesperado.
 
Marcus no tenía muchos amigos, pero sí algunos, a quienes eventualmente invitaba a su casa para compartir, entre copas de vino, algunos de aquellos relatos del “maestro”.
 
Con el pasar de los días y las semanas, se volvieron más frecuentes aquellas reuniones, en donde Marcus, cual moderador, leía en voz alta algún relato de su ya amado maestro. Marcus se mostraba desprendido en su lectura, y entre copas, aquel grupo de mortales disfrutaba de esas historias, tal y como en años atrás se relataban las películas a quienes no tenían acceso a ellas.
 
Era de esperarse que Marcus se expresara acorde a la lectura y que su dicción fuese lo más cercano a la perfección, sin embargo, una noche en la que se encontraba leyendo a sus amigos uno de esos relatos, sintió que las letras en la hoja se movían para formar una frase ajena a la historia que estaba leyendo.
 
Uno de sus amigos lo interrumpió.
 
-Marcus- le preguntó -¿qué acabas de decir?
 
Marcus se incorporó tratando de no dejar caer la copa de vino que su mano derecha sostenía casi mágicamente. Muchos en el salón ya daban por derramado su contenido pero por fortuna ni una gota llegó a tocar el suelo.
 
Lo que Marcus acababa de decir no concordaba con el contexto de la historia narrada. Su actitud tal vez fue excusada por el vino. Su relato continuó para deleite de aquel grupo, el cual realmente disfrutaba del estilo e iniciativa de Marcus.
 
Aquellas reuniones se hacían cada vez más frecuentes, así como también los episodios en que Marcus recurría a una frase ajena a la lectura. Siempre la misma. Lo hacía inconscientemente y desconocía todo impulso que condujera a tal actitud.
 
Sus amigos llegaron a la conclusión de que se trataba de algún tipo de broma por parte de Marcus, quien nunca recordaba la frase mencionada que interrumpía el argumento de la lectura. Debía tratarse de una broma musitaban todos.
 
Franco, quien posiblemente era su amigo más cercano, en una de aquellas noches, esperó a que todos abandonaran la casa de Marcus y lo invitó a servirse una última copa para conversar.
 
-Para mí no es gracioso lo que haces- infirió con un dejo de preocupación.
-¿A qué te refieres buen amigo?- respondió la voz un tanto ebria de Marcus.
 
Franco, tomando el último sorbo de vino en su copa prosiguió:
 
-Solo una oración bastará eh?, puras patrañas…
 
Y dejó atrás la expresión desconcertada de Marcus para marcharse.
 
La obsesión de Marcus, ya notoria, lo llevaba muchas veces a brindarse ante los demás con actitudes un tanto extrañas. Sus amigos ya asumían eso como parte de él.
 
Franco no dejó de asistir a la siguiente reunión. Marcus, luego de ofrecer asiento y vino a su pequeña audiencia procedió a narrar como era costumbre, libro en mano, una nueva historia. A pocos minutos de haber comenzado la lectura volvió a caer en aquel extraño trance.
 
-¿Qué te pasa Marcus?  Marcus…-
 
Franco trataba de hacer volver a Marcus a  la escena. Esta vez los invitados no reían. Esta vez quedaron perturbados, incluso algunos sintieron muy dentro de sí una fuerte sensación de inanición y angustia. Una angustia que emanó  de Marcus y que inexplicablemente se había proliferado como gas en el ambiente. Marcus dejó caer la copa que su mano sostenía y preguntó a Franco:
 
-¿Qué ha ocurrido?
-Tu alma ha abandonado el salón una vez más y has dicho nuevamente la frase que has venido repitiendo hace ya unas cuantas noches- dijo Franco mientras los demás miraban como atónitos y horrorizados la realidad de aquella sentencia.
 
Franco continuó:
 
 -Amigo Marcus, hace ya varias noches en las que nos deleitas con la lectura de los relatos de tu maestro, ya que así nos has dicho que lo has asumido. En el transcurso de estas lecturas llegas a un momento en que callado te quedas. Creíamos que te dabas a la tarea de jugarnos la broma de aparentar estar poseído para luego enunciar esa frase.
 
-¿Qué frase? Interrumpió Marcus, para más asombro de los presentes.
 
Franco sentó a Marcus en uno de los sillones del salón, como quien ayuda a un anciano y explicó:
 
-Vienes repitiendo la misma frase inconclusa desde hace varias noches Marcus:
            “Tan solo una oración bastará…”
 
Marcus no se explicaba el por qué de aquello.
 
Decidieron dejar las reuniones por un tiempo. Y aquella noche quedó sin respuesta.
Los días siguientes Marcus enfermó, pero la fiebre no impidió que siguiera leyendo las obras de su maestro. Rendía culto a su estilo y casi veneraba el argumento de aquellas fantásticas historias.
 
Marcus se recuperó pero pasó muchos días aislado sin contestar llamadas telefónicas, sin salir de su casa. Su obsesión era cada vez mayor e incontrolable. Marcus vivía solo y lo más cercano a una familia eran aquellos amigos quienes ya no lo visitaban.
 
La depresión lo llevó a cuestionarse muchas cosas, incluso carentes de sentido. Destinaba sus horas casi enteramente a la lectura. Dentro de sus ensoñaciones pensó que tal vez ya estaba preparado para escribir. Tal vez eso lo sacaría de su letargo emocional. Por un momento pensó en escribir algo para mostrárselo al maestro. Era absurdo pues aquel autor había muerto hace más de doscientos años y su cuerpo convertido en polvo estaría inmerso ya en las invisibles y térreas profundidades de algún mausoleo. Convencido y cegado por el deseo, Marcus tomó unas hojas de papel y una pluma. Apenas tocó la pluma el papel Marcus sintió desaparecer una vez más en un zumbido atrayente…
 
Ya eran para él comunes esos episodios en los que escapaba de la realidad sin una explicación convincente.
 
Se reincorporó al escuchar fuertes golpes contra algo que parecía ser una puerta. Restregando sus ojos se percató de que en efecto era la puerta de su casa la que sonaba incesante. Se levantó de la silla donde se encontraba y aún aturdido fue a ver quién tocaba tan insistentemente.
 
Al abrir la puerta se encontró a Franco quien preocupado le preguntó:
-¿Por qué no has contestado mis llamadas? ¿Qué te está pasando Marcus? Llevas desaparecido semanas enteras y no hemos sabido de ti.
 
Marcus no encontraba una respuesta sensata para su amigo. Inconscientemente regresó a la silla en donde estaba al escuchar el más que desesperado tocar de la puerta. Franco no entendía aquella actitud. Siguiendo a Marcus con la vista se percató de que sobre puesta en la mesa frente a Marcus había unas hojas de papel y una pluma.
-¿Ahora escribes?- preguntó a Marcus con un dejo de sarcasmo.
Pero Marcus respondió sin quitar la mirada del suelo:
-He intentado hacerlo pero nada he logrado…
 
Franco se estremeció al ver que en una de las hojas se hallaba algo escrito. Se acercó a la mesa y tomando aquel pedazo de papel alcanzó a leer:
 
Tan solo una oración bastará para salvar mi alma
me encuentro solo en donde muchos también están
ayúdame a salir de aquí
llévame a ese lugar donde no hay dolor
tan solo una oración bastará
 
                                                                                                                                                         El Maestro

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Published on e-Stories.org on 03.04.2013.

 
 

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