Roberto Noriega

La mano que ruge

La mano que ruge
 
 
No me había sentido así desde el primer auge de soberbia
que pude palpar con estos crudos labios en un sorbo de licor!
desde mi adolescencia no he concebido la misma reacción
a tal veneno, mi organismo cayó absurdo al primer trago,
el tóxico como nunca llenó mis venas fingiéndolas hartadas 
y yo; supuse que basta porción había consumido,
el envase no vaciló en tocar su pico con el suelo
cuando mi mano corrompió el vidrio y derramó el aguardiente
 
La terca alfombra absorbió casi todo el contenido
dejando la misma huella que he de albergar en mis entrañas,
la mesilla tambaleó antes de que pueda sostenerla
y aquel crudo golpe rasgó la pared con el frio bronce!
no quise hacer nada, ya que me veía invadido por la intolerancia,
respiré mis últimos aires de conciencia antes de rendirme,
rendirme a los brazos de oscuridad que nos hace dormir a todos,
esa que llega cuando los niños están cansados
y los muertos tienen ganas de salir
 
No me pude resistir al enorme peso de mis parpados
cayeron absolutos al compás del bamboleó de mi cráneo
que se sumía por la gravedad,
y aquella hiso lo mismo con el resto de mi cuerpo
desplomándolo en la madera de mi silla hedida de humedad,
inhalé entonces la concepción misma del sueño
percibí lo que se siente navegar en la marea del letargo eterno
hasta descender y orillarme en la costa de las pesadillas
 
Ahí, me postré ante el Señor de los Idos
creyendo que tendría misericordia,
imploré a su contrario pero me aclaró su semejanza,
entonces tomó el aspecto del humo de la cremación
y me llevó como montado en una nube
justificando mi peso de una manera muy absurda,
por todo ese manto negro llamado noche
 
Llegamos a una playa y yo muy inquieto aludí el final,
bajé con estrechas ansias de besar el suelo
sin prevenir que este era de carbón,
mis pies quemaban tal como leñas a la brasa
y mis nervios hacían soportable lo calcinado,
esa distracción me dejó solo
cuando enfoqué después dos palmeras
que me supuse serian mi objetivo,
y la distancia hasta tales se me hicieron eternas
 
Adoré mi voluntad al sentir la sombra de las palmas
y reposé exhausto bajo el áspero tronco,
este no me pudo contener
y desplomase ante mi frígida espalda;
de pronto se oyó un gemido que me llenó de incertidumbre
que no pudo ser mas que una mujer en apuros,
e inmediato giré mi tórax para mirarla
¡Era hermosa!
 
Cuan hermosa como la flor de loto
nacida de las caricias del viento y arropada por el barro,
así emergió esta hembra exuberante de lujuria
que con solo mirarla podía decirse que se ha pasado por el cielo,
enseguida las campanas me guiaron hacia ella
y emanciparon a mis labios fértiles de su brío
tan solemne que me hubiera asesinado
con su aroma
y yo siguiese circulando
 
Penetrando su mirada le declaré mi amor
y lloré después que acariciara mi barbilla,
y su mano; esa grotesca extremidad que tanto desprecio
empecé a llevar desde que hurgó mi rostro
me heló desde el cráneo y bajó por mi espina,
pero hubiese seguido recorriendo mi cuerpo
si no le retirase la mano, con arrebato y exaspero
 
Tan suculenta Venus, hiso ceder a todos mis músculos
al punto de inclinarme y contemplar sus piernas;
las miré, las percibí, y hasta casi las palpo con mi lengua!
redondeé sus rodillas y apreté sus ancas,
todo en una milésima de segundo!
antes de despertar y encontrarme envuelto en una sábana castaña
que después supuse eran sus cabellos,
cálido tejido que so salían de una flor,
olía a todas las especies juntas
 
Inhalé su perfume lo más que pude
hasta que el aroma explotó mis pulmones
y su esencia se mesclase con mi sangre,
con ella se reveló toda mi existencia
incluso mi niñez que la creí perdida irradió de sus ojos
e igualmente me hiso feliz con su sonrisa
reflejada en mis recuerdos
 
La tomé entre mis brazos con pretensiones de poseerla,
le arrebaté sus hábitos tan rápido que se confundieron con los vientos
besándola inquietamente devorándole los befos,
la arena carbonizada que hacía de suelo orilló nuestros cuerpos
y su melena nos protegía de la hiel escarchada,
a lo que la luna suplicaba nuestra sombra
por nuestra tracción carnal,
¡La usurpé vilmente al punto que el dolor se transformó en gemido!
Suculento en cada llanto
 
Finalizado el episodio se agrietó la tierra y brotó un líquido
de color gris y lo bebimos en dos copas,
de pronto, frente al cáliz aparecieron todas ellas!
sumergieronse en mi laringe cada una!
Y yo;
me arrebaté descontenido como que no hubiese recipiente!
desplomado y sumiso a sus encantos,
embarrados en mi piel atenuados por la brisa de sus suspiros
 
¡Oh llanto!
Llantos como el de una virgen que emerge presuntuosa
al contemplar la cópula noche  permanecida ante los dos
que nos devora como papel calcinado entre dos cuerpos,
y lo vivido me fue presente;
como que recorriese el mismo sendero una y otra vez
repetí la misma escena hasta que la cólera sentí me abordó,
tomé mis manos comprimiéndolas entre si
y respire con el fin de besarla de nuevo
 
Pero, aquella segunda vez fue como brotar del bandullo mismo,
ya que la primera fue como fenecer a mi desconsuelo,
eso lo provocaron sus laxas caricias
de los miembros que tanto me perturbaban;
sus manos, no se que poseían pero lograban sofocar el amor,
el morbo, y la lujuria que desencadenaba en mí con singular pasión,
tanto, que el momento de mi cúspide corrompí en arremeterla
 
Sudando y rojizos de pleno la vi dormirse en un ultimo quejido
lo cual me llenó de desenfreno y arrojo,
inconsciente ella, la usurpé con mas vehemencia  que las anteriores
pero, minuciosamente de no despertadle,
poseí sus delineadas caderas y su empero busto
con tal sed que Gabriel hubiera retenido y admirado mi infamia,
y al momento en que todo hombre debe sucumbir
al arrebato femenino me detuve
y ella despertó….
 
Me clavó la mirada más excitante que a recorrido mis pupilas
y me rodeo con caricias que vilmente las creí inoportunas,
¡Y lo fueron!
Si no hubiese rosado mi tórax y mi pecho con sus impúdicos auxilios
al que llamaba manos, siguiese recostada junto a mi
en un inmortal sopor de goce sicalíptico,
pero no, por que tuvo que tentarme,
luché contra mi mismo y mis ansias acabas
 
Cavilé impetuoso turbando nuestros cuerpos de aquí para allá
¡No!
No podía destrabar el alma de mi suculenta esfinge
así que la tumbé de un golpe con cuidado de solo noquearla
y la envolví en sus mismos cabellos,
menos la parte inferior de sus antebrazos,
la postre inmaculada horizontalmente
y me coloqué de rodillas sobre su cráneo
 
Medité horas, muchas horas, discernía si proceder
¿Pero como, con que?
Disponía únicamente de mis desnudos brazos!
entonces hui, corrí con la mirada sobre la arena gris
y no me detuve hasta que tropecé
con la farda túnica del mismo Señor Ido que me había traído al lugar,
lo contemplé desde sus pies que llevaba abarcas llenas de ortigas
hasta su cuello donde germinaba crudo veneno,
solo hasta ahí llegué, no inquirí ni me atreví al resto
 
Rendido por fin oí las palabras que dudoso anhelé escuchar,
y la voz como venida de una serpiente ceceante anunció;
¡La guadaña esta justamente detrás de ti!
Y desapareció arrancándome el poco calor que contuve en mi correteo
que casi caigo por la prisa en que bajó mi temperatura.
Regresé enseguida y ella brillaba como recién pulida,
era magnifica! como ningún asesino la ha podido soñar!
pero yo no!
¡No era un asesino!
 
La tome y salí disparado llegando en menos tiempo del que me alejé,
seguía ahí, rendida!
la abrasé y  extendí sus brazos al mismo tiempo sobre su cabeza!
dude, después sonreí y hasta me brotaron lagrimas agridulces,
levante el asta tan alto como pude
y mis ojos centellearon con el reflejo del metal,
no  me contuve ni un segundo mas
y baje rápidamente la fría guadaña
 
En el momento que rebané sus antebrazos
abrió sus ojos y emanó un grito tan desleal
que nunca supuse fuese de esa manera!
y al instante sentí una risa malévola que provenía del Señor Ido,
me contuvo de los hombros llevándome de la isla,
surcando el cielo la vi cercenada de sus miembros superiores lamentándose,
y esa imagen se hacia mas indefinida conforme ascendíamos,
en una altura que parecía la del fin del mundo comencé a asfixiarme
y el señor ido me soltó
 
Sentía que caía y perdía el conocimiento!
silbaba el viento entre los espacios y cavidades de mi cuerpo,
casi palpaba el suelo y el juicio me aterró…
a medio metro de estrellarme me reanime con una exuberante convulsión
regurgitando todo el licor bebido!
despertando boca a bajo en mi fría silla,
exento de una pesadilla…
malogrado, destartalado y con una resaca tremenda
desperté con mis brazos amputados….
 
 
 
 
                                                   Fin
 
 
 
 
R.R. Noriega

All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Roberto Noriega.
Published on e-Stories.org on 20.06.2012.

 
 

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