Kike Ibeas

Recuerdos amnioticos

 

Todos se han marchado y me he quedado solo. Aquí estoy. Hace rato que escondí la cara entre mis manos y espero con paciencia ese momento que sé que vendrá, ese torrente de sensaciones, ese río de nostalgias, ese laberinto imaginado que me llevará lejos de aquí. Mi lápiz, mi papel y tú, siempre tú, seas quien seas, tú. Como el montaje de un decorado, todo empieza a prepararse. Aguardo nervioso detrás del telón.

Parece que va a llover, todo está oscuro, entre gris y azul,
con esa melancolía del otoño, con esa tristeza de las horas previas al anochecer.
El agua se amontona en las nubes, cada vez más, cada vez más,
y amenaza con vaciar  todo su esplendor sobre la ciudad. Para barrer lo que sobra y sembrar lo que falta. Sembrar lo que algún día recogeremos y ya no tener que barrer.
 
La lluvia comienza a caer como lágrimas sobre nosotros…
 
¡Qué llueva, qué llueva, la virgen de la cueva!
 
Como cuando éramos pequeños y nada de esto tenía importancia.
Entonces mirábamos al agua desparramarse por el jardín donde crecíamos entre juegos y sonrisas. Con la impaciencia propia de esa edad, dejábamos caer los dados de nuestras manos y veíamos pasar el día frente a nuestra ventana, imaginando como sería desde nuestra bicicleta o con los soldados de plástico o con el balón. Aquellos aguaceros que se mezclaban con los olores que emanaban desde la cocina. Con todo lo que quedó preparado para la comida y que, quizá, aquella lluvia empujó hasta hoy.
Pero aquella agua no dejaba de caer. No, al menos, hasta agotar nuestra paciencia y dejar secos nuestros deseos de jugar fuera, en la calle,  donde el tiempo corría sin peso, sin peros, sin angustias, sin pausas. Todo era así.
 
Hoy todo ha cambiado. Hoy miro desde mi ventana y acuño frases sin sentido. Hoy quiero ser lo que no soy.
 
Creo que quiero ser agua...
Creo que antes fui agua.
Voy a hacerme un ovillo y ponerme bajo la lluvia: "Agua, empápame, cúbreme".
Y volver a ser, convertido en agua.
Ser agua para sentirme protegido y esperado.

Porque aborrezco lo que me rodea. Ser agua para ahogar el
sentimiento de dolor. Y es que nada me llena, nada me importa, todo pasa a mi lado como los cauces de un río muerto. Río abajo y más abajo hasta perderse en el laberinto de mi memoria.
 
Todo ese agua convirtiéndose en agua, siendo agua, sintiéndose agua y fluyendo incontrolada. ¿Y yo? Quieto, seco, triste, deseando ser lo que no soy, dejando
escapar, como agua entre mis manos, "todo lo que soy, todo lo que fui".
Lo he intentado pero no me adapto a mi nuevo estado. Me ahoga el aire,
me aplasta el espacio y el tiempo se escapa a raudales. Si fuera agua lo atraparía de la misma forma que lo dejé escapar. Formaría afluentes de vida, de tiempo… hasta llegar al mar.

Pero aquí estoy, pudriéndome. En este mundo que me ha tocado vivir,
tan frío, tan distante, tan seco. Un lugar que me impide compartir cualquier cosa con él y que ni tan siquiera me permite rendir culto a nada. Creo que nunca perdí la fe porque nunca la encontré. Jamás he sido parte de este escenario de ventanas tristes, lápices secos y orejas simples que no me dejan concentrarme en lo que realmente quiero hacer: convertirme en agua y salir un día de lluvia por la ventana que, tras de mí, muestra su maravilloso espectáculo.
Ser lluvia para poder empapar todos los tejados, arrastrar la ponzoña y la herrumbre de las calles y dejar en el ambiente olores a tierra mojada, a limpio, a paz, a transparencia de agua.
 
¡Si fuera agua!, escribo una y otra vez en la pantalla de mi ordenador. ¡Si fuera agua!
¡De nuevo, agua!
 
Y el mundo gira a mí alrededor, dentro de mi cabeza enferma. Cambia de
sentido y durante unos instantes se para, cruje, parece que va a estallar y, por fin, comienza a retro-girar. Pero todo me hace daño, quizás no lo entiendo. Quizás este mundo no me comprende. Siempre me he negado a aceptar el papel que me tocó en esta aburrida obra donde, ahora se actúa, ahora se descansa, ahora se actúa, ahora se es uno mismo.
¡A escena! ¡Al camerino!

Yo prefiero desear…
Pero ¡cuidado con lo que deseas! ¡Cuidado no se cumplan tus deseos! Porque entonces ¿qué pasaría? A veces quiero romper en pedazos cada frase. Hacer astillas mi lápiz. ¡Y entonces qué! Entonces apareces tú, siempre tú, y sujetas mi mano con fuerza y, entre susurros, dictas mi lápiz sobre el papel. Y escribo una y otra vez… ¡Si fuera agua! Una y otra vez, hasta enloquecer. Una y otra vez, una y otra vez…

Prefiero mirar al mar. Mirar el mar con mi imaginación.
Pensar que lloro si miro el sol, que tú no estás y las nubes sí
y el mar sí y mi ventana sí y el sol, sí.

Ahora huele a tierra húmeda, aromas del pasado, como cuando era niño y me dictabas tu nombre sobre el papel. Ahora escribo con mi imaginación de agua.
Sólo hay lo que yo quiero ver. Lo que no me asusta, lo que no me hiere.
Ya no muere nadie en mi televisión, no me intimida este terrible mundo que habito. Mis coetáneos no están locos de atar y las vidas no son cifras luminosas que apenas me dejan dormir.
 
Ahora vuelvo a ser agua, como cuando me protegías y filtrabas todo para mí.  Puedo serlo y recorrer los cristales de las ventanas, las calles, tu cuerpo. Convertido en agua puedo escapar de aquí filtrándome por cada fisura, por cada grieta, por cada poro de tu piel.
Ahora sería capaz de separarme en millones de partes y seguir siendo uno: agua. Ser un torrente demoledor, ser dulce, ser salada, ser él, ser ella, estar en todas partes, tener cualquier color, ser deseado y temido y esperado y bendecido. ¡No! Un momento. Yo no quiero ser esa agua: ésa que se teme y se bendice. No quiero serlo.
Yo quiero ser el agua que corre por tu cuerpo, la que sacia tu sed y
llena tu bañera, amor mío. Esa que recorre todos tus rincones, hasta los más ocultos, o ésa que resbala por el cristal de tu habitación, observándote desde fuera, con curiosidad, con inocencia, con esa melancolía que me recorre cada mañana cuando vuelvo a pensar en ti.
 
¡Ay! Si fuera agua… El o ella, la mar, el mar. El agua, la agua ¡Qué más da!
Me sorprendo con el lápiz entre mis dedos otra vez y, lentamente, como agua que se derrama, dibujo letras que van formando frases que transforman mi cuerpo en agua. Letras escritas como gotas de lluvia que me llevan donde quiero ir y no puedo…Porque no soy agua, lo sé. Sólo si me esfuerzo y lo deseo con vehemencia, lo lograré.
Yo, con mi lápiz, mi lápiz y mi otro yo, con mis teclas, mi teléfono, mi imaginación, fundiéndome como la cera en agua, transformándome y saliendo por la ventana,  llegando hasta donde quiero llegar, porque ¡ahora sí puedo! ¡Ahora soy agua!

Ya no tengo ese cuerpo que me limita, esa mente que me prohíbe, ese
absurdo sentimiento de culpabilidad, ese ángel mezquino que no me deja ser agua, que prefiere que sea roca o ladrillo o metal o papel.

Pero ahora soy agua y puedo llegar hasta donde puedo escribir.
Y puedo escribir tanto como me plazca. Puedo escribir todo aquello que no fui
y puedo escribir para ti, o para mí, o para él, o para ello, desde mí,
desde ti.
Por fin: ahora soy una tremenda cascada de agua blanca que revienta en
millones de moléculas al caer sobre las rocas del río que fluye. Ahora estoy en un país lejano que sólo convertido en agua he podido conocer.


Y ahora soy charco: charco sucio, charco inmundo donde nadie quiere
pisar, agua en fealdad, pero agua y ¡qué más da!. En el fuego que estoy apagando, la sed sólo se sacia con el agua del charco que aquel animal dejó con su pisada. También puedo dedicarle mis sueños a esa agua.
 
Y de repente soy el agua del manantial. Agua para beber, el agua que con su pureza te quita la sed. Y, otra vez, agua de llover.
Y, por fin, agua del que resbala por tu cuerpo para pasar sólo unos instantes por ti y, después, abandonarte allí, agonizando en mi sumidero.
 
Soy el único que puede elegir la forma de agua que deseo ser. Agua blanca e infinita de manantial. Agua negra y estanca del charco. O agua en pequeñas porciones, en gotas de rocío, como la que secas después de haber recorrido tu cuerpo y que queda en la toalla mirando como te vas. Esa agua es nuestro secreto. El agua también los sabe guardar.

Agua he escrito y salgo por la ventana a recorrer campos, a detener
batallas, a soñar despierto para dar la vuelta al mundo gritando que os quiero.
 
Y deslizarme por tu cuerpo convertido en tu líquido amante, encontrando en tus labios el refugio, el calor… Vapor de agua. Yo te doy de beber con mis palabras y sacio mi hambre en tu boca.
 
Convertido en agua, no podré imaginar un día más sin navegar por este mar de ensueños y deseos.
 
Como cuando era niño, como antes incluso de ser niño, cuando nada de esto tenía sentido. O como cuando al principio de todo, mucho antes de ti, de mí, lo único que tenía sentido era ser agua…

 

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Published on e-Stories.org on 12.07.2011.

 
 

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