Maria Teresa Aláez García

El espejo de mi soledad.

Muchas noches me peino ante el espejo de mi propia soledad. Es un espejo cruel y despiadado. Porque ofrece una realidad mayor que la que el espejo de mercurio puede reflejar. El espejo cotidiano donde una persona descubre sus defectos físicos y trata de ocultarlos o de resaltar sus virtudes para que no se note tanto lo que no es considerado bello, no se puede comparar al espejo de la conciencia. Es un espejo del que se carece hoy en día. Los padres se ocupan de que sus hijos lo tiren al suelo y lo quiebren ya cada vez más pronto. Porque, mal que nos pese, los padres somos pilares fundamentales de esta sociedad. Además, después, de maestros, clérigos, políticos, médicos y todo el despliegue de fuerzas humanas  y sobrehumanas que necesita el ser humano para habitar el mundo y destrozarlo a su antojo. Los padres han de llenar a sus hijos de amor bien entendido desde que nacen hasta que ellos o los hijos fallecen. Siempre. Los hijos son hijos para toda la vida. Y nunca, bajo ningún concepto, los hijos ni han de pagar la cólera de los padres ni su egoísmo ni recibir maltrato físico y psicológico. Sí que han de recibir corrección en decirles la dirección justa y correcta de su pensamiento o deseo, han de recibir ternura y cariño sin vergüenza ni miedo para que ellos también sepan darlo, han de recibir seguridad para que ellos sepan ir adelante en la vida y otras muchas cosas. Los seres humanos somos libros en blanco al venir al mundo. No se puede esperar de nosotros más que lo que nos metan dentro durante toda nuestra vida y no se puede dar nada por hecho para nosotros. Mucho menos exigir lo que no podemos dar.

En este reflejo de mi soledad, sórdido y tenaz, violento, hiriente, sarcástico, me he encontrado con todo el cieno que durante mi vida he podido echar por la tierra. Errores cometidos por doquier y algunos sin posibilidad de corrección. Menos mal que las palabras “Gracias” y “lo siento” siempre estaban en mi boca.  El error en el aprendizaje, el error en la percepción de mi entorno según lo que se me había enseñado influyó en ello y después, el error en haber confiado ciegamente y el error en haber imitado. De estos dos últimos términos, no puedo decir nada en mi contra pues es lo que hacemos todos los seres humanos: aprender por imitación y luego ponerlo en  práctica. Pero hace poca gracia que te enseñen algo y luego echen la reprimenda por reproducir lo enseñado haciendo sentir a los otros culpables de lo que ellos hacen y muestran pero que no quieren ver.

En mi espejo encuentro esta ceguera que nos caracteriza a los humanos. Si en la vida real mi rostro es mezquino y hombruno, mi espalda encorvada, me sobran kilos de piel y grasa por todos los sitios y son deforme, dentro de mí, además de perder igualmente la memoria y el calcio por doquier, hay otra serie de deformidad: la del pensamiento y la del alma. Y agradezco el darme cuenta de ello y el que la memoria a largo plazo no la he perdido del todo.

Ahora, en estos momentos elucubratorios donde recuerdo todo aquello, me doy cuenta de ciertas cosas que se me decían, del por qué y puedo evitarlas y enseñar a mi hijo a hacer lo mismo. Darle seguridad y hacer que se sienta seguro y feliz. Aunque forme parte del elenco de personas de cabeza vacía o de inteligencia mediocre y cultura escasa. Lo poco que tengo me vale para ir por un pequeño mundo que no logro conocer completamente y en el cual encuentro cada vez más campos donde profundizar. Dénme ustedes lápiz  y papel y les saco teoremas hasta de los distintos grados de marrón de la arcilla cuando llueve o de las alineaciones de las palmeras en los parques, de los temporales de levante o de la frecuencia con la cual los gamberros pasarán tirando petardos el fin de semana por mi calle para avisar al niño y que no salga espantado a esconderse. También puedo sacarlos de la influencia del gótico y del modernismo en mi ciudad, de la influencia romana e ibera así como de la enorme influencia musulmana, sólo en las costumbres que tenemos al sentarnos en el restaurante y en la iglesia y en el modo de vivir las fiestas.  El hecho de poder reflejar un trozo de historia que se repite desde el siglo XVII a mí, qué quieren que les diga, me emociona.

Pero a todo eso se le llama elucubraciones. No tengo el título universitario que me respalde a la hora de realizar esos estudios aunque pase media vida tomando libros sesudos de la biblioteca ni he dado conferencias a profesores de otras universidades ni he profundizado en cuanto a fenómenos físicos que ocurren en mi ciudad con los aparatos de medida correspondientes. Así que… para qué voy a perder el tiempo. Poniéndolo en función de lo que puedo enseñar a mi hijo  - pobrecito, qué cruz le ha caído conmigo – es interesante porque ambos curioseamos a gusto y aprendemos mucho más. De hecho, desde que cerré el Mirc y el Msn, sus notas han subido muchísimo porque tenemos más tiempo para hablar mientras lavo los platos, cocino, lavo la ropa o trabajo, hechos que realizo de modo más distendido. Y estudiamos juntos y me enseña expresiones en llengua catalana que yo ignoro, dado que no he vivido mi infancia hablando en dicha lengua y no conozco todos los giros.

Después queda la aplicación de dichos conocimientos en la vida real y sí, son útiles. Desde aprender a arreglar el coche de mi hermano a entender la maquinaria que se exhibe en la feria de Sant Miquel en septiembre- y que nos gusta muchísimo visitar – o ayudar a sacar la miel de los paneles de apicultores caseros.  O igual en conversaciones trascendentes para explicar a los otros niños lo interesante, más que de estudiar con codos todos los días, de buscar en los libros cosas que se pueden usar para mejorar en sus intereses particulares - ¿alguien conoce la llave de la polea en la lucha con los Pokemon?  -  Pero todo ello nos sirve para reírnos y entender el mundo en que vivimos, no para ir dándonos de sabios y de prepotentes porque eso, la verdad, sólo vale para perder el tiempo, amigos y para nada más.  Yo prefiero hablar de la arquitectura de la teja negra o de la arquitectura rural castellana para enterarme un poco más de cómo son las tradiciones en otros sitios de mi país que no conozco y a otras personas, para no olvidar sus tierras, a sus familiares, a sus amigos y a sus gentes. Y en esta empatía, en este compartir, hay felicidad. Da gusto hablar de las cosas que uno gusta de recordar o de realizar y sentirse acogido y escuchado. Para mí, esta es la mejor titularidad: la que ofrece la vida, la entrega al otro en cosas que para los demás pueden ser nimiedades pero son importantes y la gente las agradece.

Ah. Que no son personas con unas grandes posiciones ni grandes fortunas ni que salen en la tele ni famosas en el mundo entero. A mí me da igual. Tampoco es que eso sea muy necesario. En ocasiones yo diría que eso es hasta perjudicial. El espejo de mi soledad me ha enseñado en multitud de ocasiones, cómo cambia la gente cuando se encuentra en la llamada “cresta de la ola” y a veces, tristemente, lo lamento. Cambian hasta el tono de voz, las costumbres, el modo de comportarse y sólo sirven para ser fetiches o muñecos de otros que ni siquiera se ven en los medios.  No en todas pero sí en la mayoría de ocasiones.  Yo reniego de cambiar de ese modo, ya lo hice muchas veces. No me gusta hacer la pelota  a nadie ni ir adulando ni aguantar carros y carretas por la prepotencia o la mezquindad de otros. Desgraciadamente  - y no es ahora el caso porque tengo jefes excelentes – tuve que pasar por ahí cuando trabajaba para gente así pero eso, uso el verbo en pasado porque trabajaba y trabajé y no volví más  a trabajar en ello. No me gusta ir dando a conocer mis virtudes y mis hazañas, excepto las que hagan gracia o sean útiles para algo provechoso, usando la experiencia con cordura y de modo sensato y útil y no como hacen otros y otras por ahí aunque no soy quién para decir nada dado que cada cual sus motivos tendrá y no soy juez para ir diciendo lo bueno y malo que hay en este mundo.

Lo que sí hace el espejo de mi soledad es enseñarme a mí misma. Y el retrato de Dorian Gray no es ni de lejos tan horroroso como mi interior.  Es un interior lleno de antiguas envidias y rencores, de errores penosos, de intentos de llegar  y no poder hacerlo. De vagancia, de cosas ocultas, de silencios culpables y comprometedores, de negligencias, de caprichos, de vanidad, de cerrilidad y de serrín y sebo en su gran mayoría.  Es un interior miserable.

No debería ni escribir criticando a los demás. Pero quizás lo hago en un intento de que vean que pueden ser mejores, que no deben de ser como me veo yo. Que pueden y tienen el poder de mejorarse a si mismos y de ayudar a ser mejores a los demás. Que pueden liberarse – quizás lo han hecho de otro modo y para sí mismos pero no para los demás – y pueden construir otro mundo.

Me dice mucha gente que me pongo en función de los  demás. Vivo con la otra gente, no tengo más remedio que agradarla también. Pero la verdad, si me veo mal no es por lo que la otra gente ve mal en mi o me ha criticado sino por lo que yo misma veo en mi. Por las pruebas que me he realizado y he visto el resultado en los demás y no ha sido bueno. Por las valoraciones realizadas, porque para mí misma, también aplico un método científico y un espejo que en mi soledad y en mi introspección, agradezco que sea más duro.

La sonrisa de felicidad de mi hijo al acostarse y la seguridad en sí mismo que va cogiendo, merecen que me ponga el estiércol que me dé la gana y me lo limpie si con ello le ayudo a él y por extensión a otros, a ser mejores. No sé cómo será la vida después de la muerte aunque tengo una educación católica que me ayuda a tener una esperanza en una vida mejor. No sé si hay reencarnación o no. Si me importa lo que deje cuando me vaya. No para que me hagan un monumento ni para que escriban sobre mí, no. Es para haber ayudado a que un poco de lo bueno que hay en la tierra se siga manteniendo vivo porque me sabe mal que todo lo bello que quien quiera que fuese construyó, desaparezca.  Me disgusta que toda la perfección que somos nosotros mismos y el mundo que nos rodea desaparezca por causa de no poder controlar y canalizar un poco nuestro egoísmo, nuestra ira, nuestras ambiciones y nuestras necesidades. Por no saber mirar, no querer preguntarnos, hacer oídos sordos a las peticiones ajenas y a nuestra incredulidad y tapar nuestra curiosidad porque otros nos dicen que es insana.

Si somos piezas de un engranaje, opto por seguir haciendo que el engranaje siga funcionando y realizar mi trabajo al menos lo mejor posible. Eso me compensa sobradamente como premio a mi esfuerzo, en un alarde de deformación profesional, pudiendo superar mis metas personales. Si además le gusta a quien me rodea, mucho mejor. Es bonito un mundo con sonrisas aunque haya temporal y con un conocimiento de las cosas que ayude a mantener la vida ante los desastres y dé seguridad ante la naturaleza que ella ya se basta para colocarnos en nuestro lugar.

 Y sigo y seguiré negándome a ir dejando rastros de mi mediocre inteligencia y de mi cultura sencilla y sin compromiso por doquiera que pase. Sólo serviría para acrecentar una falsa vanidad y para perder el tiempo. Que yo, si es necesario, también sé recitar de corrido todo el contenido que llevo introduciendo en mi cerebro desde que nací y mi abuela y mis padres nos leían, cantaban y enseñaban. Como los loros. Eso es muy fácil. También se unir distintos contenidos, hacer trabajos y elucubrar sobre ellos, eso es también fácil. Lo que no sé es meterme en un laboratorio y analizar muestras y sacar un medicamento para curar la fibrosis o el autismo. Eso ya me gustaría. O encontrar otros planetas similares al nuestro para saber protegerlos y cuidarlos y que la humanidad tenga más oportunidades de mejorar y saber vivir con sus iguales. Eso también lo veo difícil.  Ya quisiera, ya, ayudar a clasificar y aprenderme todas las lenguas de los humanos para que ninguna se perdiera y perpetuarlas. También las costumbres de los seres vivos. Me gustaría saber construir un ordenador desde cero y programar tantas maravillas. Me gustaría poder tocar perfectamente el piano, interpretar con la guitarra, saber componer esas maravillas que escuchamos y entenderlas como es correcto y saber elevar el espíritu de tanta gente del modo en que ellos lo hicieron, llegando hasta el fondo de su corazón con tanta delicadeza, me gustaría saber diseñar ciudades que ayudaran al desarrollo del ser humano y al de su entorno ecológicamente y que todos pudieran disponer de su techo con un mínimo de dinero o a ser posible gratis – la primera vivienda debería ser gratuita por ser un objeto de primera necesidad y ya la segunda pagarse a precio de oro y no me vale lo de los alquileres, sirve para que mucha gente joven inutilice su vida con las rentas  y genera demasiado ocio y es sólo mi opinión personal que puede ser errónea. – Me gustaría saber diseñar naves espaciales y estaciones, saber usar recursos en planetas nuevos para que no se rompiera el entorno ni el paisaje y me gustaría poder responder tantas cuestiones, analizar, experimentar, conocer…  Y encontrar pozos de agua y medios para que la gente no pase hambre y una teoría económica para quitar estos desajustes tan enormes en el mundo y me gustaría compensar tanto mal que hemos hecho con nuestros semejantes e ir enseñando una nueva metodología escolar donde ya no viéramos a los raros como raros, a los monstruos como monstruos sino a la gente tal y como es dentro de sus diferencias y en su interior que es lo que vale. Y viajar, conocer, experimentar, analizar, etc…

También me gustaria dejar de escribir estupideces y mejor, irme a dormir… elucubrar de cuando en cuando no es malo pero la realidad está muy pero que muy lejos de mi mano para poder cumplirse todo esto.

Buenas noches.

 

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Published on e-Stories.org on 17.02.2009.

 
 

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