Lluvia.
Llueve.
Mi pelo, tu risa, escuchan
el sonido de la lluvia.
Repiqueteando
contra los cristales grises. Viajando.
Una lluvia que
puede ser tu lluvia. Puede ser la mía. Puede estar en tu corazón, en las
ventanas de tu casa, en las tejas de tu tejado. Puede estar también en mis
ojos, en los vidrios de mi balcón o en los paneles de mi terraza.
Puede ser un mar de
lluvia. Como esa que se ve cuando se viaja en coche o en tren. Las gotas chocan
contra la mampara, miles de gotas, millones y en el reflejo se forma un oleaje,
un temporal, el mar viene directamente a mis ojos y tengo ganas de llorar o de
fundirme con esa agua que viene del cielo purificada después de haber pasado un
infierno en la tierra, habiendo formado parte de la fruta, de la hierba, del
ser humano, de la carne y por último de los deshechos. O quizás pasó
directamente del cielo a una alcantarilla. De todos modos en pocas ocasiones se
libera de los estragos del hombre que la contamina e impide que sea un vehiculo
de paz y de vida entre todos los seres humanos.
Puede ser una
cortina de lluvia. Como la que impide que pasees por la calle cuando hay
viento. Quizás sea más el envite del viento que la fuerza del agua. La que
levanta mi paraguas y lo vuelca hacia atrás o la que juega con mi falda y
alfombra el suelo por donde hemos de pasar, cual capote de torero defenestrado
ante el pie de la dama. Y es un paseo de cristal, hermoso, enorme y vulnerable,
por donde camina la noche cuando no tiene nada mejor que hacer o la atmósfera
se pone caprichosa y se lo llena todo de nubes tras el cigarrillo de antes de
acostarse. Y hay noche en el infierno con luces de esperanza reflejadas desde
el cielo. Almas que se salvan. Charcos,
lagunas, puertas de entrada y salida a esos mundos, inframundos que
desconocemos pero que están igualmente dentro de nosotros y conectan nuestros
misterios con el exterior. Charcos negros, blancos, azules, transparentes.
Puede ser una
puerta a otro espacio. Puede ser un viaje sin medida a través de hilos perlados
que el cielo nos envía. Una puerta infinita, un chirimiri de madera o de marfil
o nácar. Un lugar donde tu reflejo se encuentra mil veces pero que me oculta tu
presencia. Donde se juega al escondite con las apariencias y con la verdad. Donde
las cosas no son y parecen ser que son. Donde yo no hago más que buscarte y te
pierdes y me siento desalentada y vuelvo a buscarte y vuelvo a perderte. Una
puerta de mentiras y de verdades, donde todo parece lo que no es y en mi
desasosiego te necesito pero no te lo dejo ver y te engaño buscando otras
compañías. Entonces las puertas se juntan, se cierran, se abren y estas y me
dirijo corriendo hacia ti, pero te vas y vuelven a cerrarse, a juntarse y a
abrirse y has desaparecido. Y en mi angustia, me siento en un escalón de esos
que da acceso a un elevado lugar con enormes columnas y estatuas barrocas y
renacentistas, donde el paso de la lluvia marca la edad y la vida y la
permanencia y dejo que, en medio de la noche, ante la vastedad de una piazza italiana, te vayas, con tu chaqueta, tu pantalón y tu
paraguas o sin él quizás O a lo mejor con tu gabardina, tu pantalón negro y tu
paraguas negro, hacia la otra esquina, en medio de la oscuridad. Mientras
tanto, un piano, suena a lo lejos y marca Chopin el paso de las gotas de lluvia
y la medida del cosmos.
Puede ser un abrigo
de lluvia donde después mire, desde lo alto, a solas, las luces de la ciudad. Y
mire la oscuridad del cielo. Con nubes de color marrón, rojizo, gris, azul,
verdoso. Y mire la inmensidad de la tierra, antípoda de mi campo de visión. Y
mire el horizonte desaparecido bajo la lluvia, a un lado y al otro. Un cerebro minúsculo que pretende compararse
con una creación engalanada por la lluvia, adornada por la risa atmosférica,
que vierte sus lágrimas tras cada
carcajada, pensando en el ser humano que se devasta a sí mismo a cada momento y
que luego pretende ser poderoso. Pero en la noche, la tierra, la atmósfera, la
lluvia, el universo, el silencio, bailan danzas de triunfo sobre los cuerpos
dormidos, en penumbra o semirecostados intentando aplacar la danza del fuego de
su interior.
Abro mi paraguas.
Aparto la lluvia de mi cara. No tengo miedo a la noche ni a la soledad ni a la
existencia de las cosas y puedo sentirme completamente integrada, así que
intento caminar con pasos quedos para no interferir demasiado en el concierto
que se prepara para el próximo amanecer. A fin de cuentas los pasos son
necesarios dentro de toda aquella armonía. Temo sólo a aquello que desconozco del ser humano: su siguiente
intención.
No tengo la
esperanza de volver a verte. Cualquier dia, cualquier noche, en alguna acera,
sólo o acompañado. Tu partida la guardo
como otro momento más en mi colección de minutos sublimes.
All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Maria Teresa Aláez García.
Published on e-Stories.org on 13.01.2008.
Artigo anterior Próximo artigo
Mais nesta categoria "Cotidiano" (Short Stories em espanhol)
Other works from Maria Teresa Aláez García
Gostou deste artigo? Então dê uma olhadela ao seguinte: