Jona Umaes

Asunto pendiente

        Sucedió una noche, después de que cenara. Sonó una de tantas notificaciones en el móvil y mirando la pantalla, una de ellas lo dejó perplejo. El chat de su madre cobró vida y se situó en cabeza sobre todos los demás. Ver de nuevo su rostro le dio sentimiento. Al abrirlo, leyó:

—Pedro, aún sigo con vosotros.

—¿Mamá?

 

Enseguida llamó a casa de su padre.

—Papá, ¿dónde está el móvil de mamá? —Le temblaba la voz por la agitación.

—En su mesita, ¿por qué?

—Puedes mirar, por favor.

—Aquí está —dijo, al abrir el cajón.

 

        En medio de un mar de árboles, en algún lugar de la selva amazónica, un grupo de científicos hacía estudios del ecosistema vegetal y experimentaban con manipulaciones genéticas de plantas. Una noche de fuerte tormenta, cientos de rayos iluminaban sin cesar el negro cielo. Uno de ellos impactó en un poste de luz próximo a las instalaciones. Aquello produjo una lluvia de chispas que prendió todo lo que había a su alrededor. En pocos minutos el fuego llegó al edificio donde la gente salía alarmada de sus habitaciones.

 

        Su madre era muy creyente, y a veces decía que Dios le avisaba de los peligros. No sabía explicarlo, pero siempre lo comentaba a todos una vez ocurrido el incidente, saliendo airosa. Quizás fuera el espíritu de algún antepasado suyo quien la cuidaba. De cualquier forma, siempre tuvo ese tipo de intuiciones, ya fueran inducidas o propias. Habían transcurrido varias semanas desde que finalmente se fuera. Pedro había colocado una imagen de ambos en el móvil. También veía su foto en el whatsapp, aún no había pasado demasiado tiempo para que su chat descendiera a las profundidades entre un mar de conversaciones.

 

        A pesar del chaparrón, no fue suficiente para ahogar la violencia del fuego. En menos de media hora todo el edificio yacía chamuscado en el suelo húmedo de la selva. Lo que más preocupaba al jefe del equipo investigador eran los tubos de ensayo que contenían microorganismos con los que experimentaban. Seguramente no habrían sobrevivido al calor de las llamas, pero no podía estar seguro. La lluvia, que no cesó en toda la noche, acabó ahogando el fuego y el incendio no fue a más.

 

No quiso decirle nada. En su móvil seguían sonando notificaciones y se despidió volviendo de nuevo a abrir el chat de su madre.

—Se avecina una catástrofe y debéis preparaos. No podré descansar hasta que os vea a salvo.

—¿Por qué dices eso? —escribió incrédulo pero emocionado al mismo tiempo.

— Lo sé. Escucha, haced acopio de alimentos y todo lo necesario para pasar varios meses en la casa del campo. Allí estaréis seguros.

—¿Cómo es posible que me estés escribiendo?

 

        El chat quedó mudo y volvió a descender poco a poco ante la llegada de nuevos mensajes. Aún tenía muy reciente su ida y esa noche lloró en sueños. Por la mañana, lo primero que hizo al salir de casa fue ir a la vivienda de su padre. Después de estar un rato sentado en el salón, no pudo aguantar más la curiosidad y se dirigió al dormitorio de sus padres a ver el móvil de su madre. Estaba apagado. Lo encendió y en el whatsapp no había rastro de la conversación. Aquello reafirmó su convicción de que el aviso de su madre era certero. Ahogó las ganas de contarle lo sucedido a su padre. Él tenía un carácter completamente opuesto, práctico y realista, escéptico de cualquier acontecimiento paranormal. Eso no era óbice para ser creyente y religioso practicante, como su mujer.

 

        La noticia salió en la portada del periódico local. Al poco tiempo fue presa del olvido y la vida continuó su transcurrir habitual. Pasados unos días, fue de boca en boca, entre los ganaderos del entorno, lo que le estaba ocurriendo a sus vacas. Amanecían muertas con alarmantes úlceras en la piel. Pero la cosa no quedó ahí, apareciendo sin vida, en días sucesivos, animales de todo tipo con los mismos síntomas. Mientras los médicos investigaban la causa de aquello, sin tomar las debidas precauciones, algunos cayeron enfermos y morían a los pocos días. Cundió el pánico en la población y muchos huyeron del lugar. Informaron a las autoridades sanitarias de la plaga que estaba segando la vida de todo lo que encontraba a su paso. Pronto, los noticieros del país emitían la noticia y el gobierno tomó medidas para aislar la zona. Lo que fuera que matase de aquella manera parecía transmitirse por contacto directo y afectaba por igual a humanos y a animales.

 

        Unos días antes de su muerte, su madre se lo decía sin saber la razón. En la cama del hospital, algunas noches soñaba que se veía a si misma desde arriba, también la televisión, la mesa, la estancia en su conjunto. Él le decía que solo eran sueños, quizás medio dormida, el efecto de los medicamentos le podía producir alucinaciones. Los días se sucedían en el hospital hasta que le daban el alta y volvía a casa. Su estado de salud era muy delicado. Tenía problemas respiratorios y debía usar la mascarilla de oxígeno también en su vivienda. Cuando no la utilizaba, hablaba con ansiedad y le faltaba el aire. Las manos le temblaban y solo los sedantes lograban calmarla y dejarla adormilada. Fue un día antes de que todo se precipitase cuando le contó a su hijo que había soñado que se moría. Él no le dio importancia, conociendo el estado depresivo en que se encontraba, lo achacó a su escaso ánimo y el malestar diario. Al día siguiente, su padre le llamaba diciéndole que había tenido que llevarla de nuevo a urgencias. Eran muchos meses soportando la angustia del ir y venir, del hospital a casa y de casa al hospital. Siempre lograba recuperarse, pero en esa ocasión la cosa fue distinta. Cuando entró en la habitación su madre estaba inconsciente, respirando con mucha dificultad, con la mascarilla puesta y la botella de oxígeno bullendo al máximo. Fue un día muy largo y nadie de la familia se atrevía a moverse de la habitación, esperando lo peor.

 

        La noticia corrió como la pólvora y el resto del mundo miraba con preocupación lo que estaba ocurriendo en aquella zona de América. De nada sirvió las medidas adoptadas, tampoco podían controlar los movimientos de las aves que igualmente eran presa de aquella lacra. En pocas semanas, la epidemia traspasaba fronteras y arrasaba todo a su paso. La única defensa contra aquello era el aislamiento. La gente cerraba a cal y canto puertas y ventanas. Para subsistir tenían que salir protegidos, sin dejar resquicio alguno de piel al aire. Los centros de alimentación fueron arrasados, presa del saqueo.

 

        En los días sucesivos, acudía cada tarde al supermercado a comprar todo tipo de cosas que pudieran necesitar y las iba organizando en un armario y en el congelador. Sabía que era inútil informar a la policía o cualquier autoridad, le tacharían de energúmeno como poco y carecía de detalles de lo que iba a suceder. Así, quedó a la expectativa de noticias. Sin embargo, no podía quedarse de brazos cruzados respecto a su familia y conocidos. A todos les mandaba mensajes para que hicieran acopio de alimentos y productos de primera necesidad, diciéndoles que se avecinaba una fuerte crisis. Evitó decirles la verdad, pero hacía hincapié, día tras día, en que fueran a comprar, sembrando preocupación y paranoia. Los fines de semana llevaba lo que había comprado a la casa del campo. Se gastó un dineral, comprando congeladores y estanterías para dejarlo todo bien organizado y que cupiera el mayor número de cosas posibles.

 

        Pedro, en casa de su padre, veía las noticias sobre la epidemia y al instante asocio aquellos acontecimientos con lo que esperaba desde hacía días. Mientras científicos de todo el mundo estudiaban la infección mortal, todos los gobiernos decretaron el confinamiento obligado de la población en sus casas. No había tiempo de organizar una alarma controlada y el caos llegó para quedarse. Pedro envió mensajes a su familia cercana y todos se reunieron en la casa del campo.

 

        Pasaron meses hasta que dieron con el medicamento escudo que frenaba y a su vez liquidaba la bacteria origen de la enfermedad. Para entonces, Pedro, confinado aún con sus seres queridos en la casa familiar, ya había contado a todos lo que le sucedió con el móvil. Nadie se lo explicaba y ante la evidencia, solo callaron, tambaleando hasta el férreo realismo de su padre.

 

Una noche, mientras dormía, notó un leve roce en la mejilla y se despertó sobresaltado. Le pareció ver un halo luminoso que ascendía y desaparecía traspasando el techo de la habitación.

—¿Mamá?

 

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Published on e-Stories.org on 09.05.2020.

 
 

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