Brandon Balderas Rocha

Boceto de un des/amor de verano

No sé porque terminé en ese establecimiento, frente a ese aparador.

-Buenas tardes, ¿Tendrás tinta mate número 14? -Fue lo primero que salió de mis labios, y para mi sorpresa si la tenían.

-Gracias, luego vuelvo. – Le sonreí a la señorita que me atendió y me apresuré sin razón aparente a salir. No pasaron dos minutos antes de que me encontrara paralizado en otra tienda viéndome completamente fuera de lugar.

-Si buscas sellador de maquillaje tenemos este, nos salió muy bueno y huele a...

-Huele a pepino, lo sé, quería ver si aún lo manejaban- mentí.

-Muchas Gracias, vuelvo pronto.-

El camino de casa fue matizado por la lluvia mordiéndome los talones; supongo que el fin de un verano siempre debe de ser de esta manera: con lluvia. Es curioso, comenzó a llover y el primer pensamiento que asomó por entre las gotas fue “Ojalá no tengas ropa tendida” seguido de “Ojalá que por la prisa no olvides contar tus prendas, y sigan siendo 22 cuando tengas que removerlas del tendedero…”

Ha sido ya un mes desde que te vi por vez última, un mes resumido en un clavel ceremonial, una carta de emergencia y cuatro llamadas, un mes nacido de dos partidos por mitad lo cual si me lo preguntas resulta en la más bella y dolorosa sátira. Los días 30 eran los nuestros y por ello no es más que justicia poética el hecho de que las quincenas sin ti...me sepan a medias. Ha sido un mes en el que el tiempo a solas se ha convertido en solo tiempo y es entonces cuando más duele porque de manera inevitable y brusca, como el mar rompiendo contra los acantilados, caigo en cuenta de la magia que había en esa palabra: "tiempo".

¿"Tiempo" recuerdas? Pues éramos nosotros quienes la forjábamos en las ascuas inexorables de nuestra voluntad. La tierra y los cielos se congelaban en un beso, los días no tenían sabor más que a manecillas de un viejo reloj de pared y nos los bebíamos a sorbos del tamaño de tus ojos, esos de la inmensidad de una acuarela sobre un lienzo de mis manos en tu espalda. Las horas no eran sino un licor del cual ahora me toca curarme la resaca... Creo que todo se reduce a que no sé como tomar si no es tu mano.

Pero quiero creer que así está bien, que prefiero la soledad sin contracciones, tu ausencia como aforismo, mi azul por idiosincrasia, mis dedos atados por absoluta inanición. Quiero creer que solo es natural que el otoño me esté dando la mano y se interponga entre nosotros que hemos sido siempre invierno y verano.

Me he pasado el resto de la tarde empacando, pero a diferencia de estas semanas, empaco cualquier cosa menos mis sentimientos. Diez playeras, tres vaqueros, un perfume y un sombrero, una bufanda de la cual inmediatamente me arrepiento y vuelvo a poner en su sitio, tres trajes de baño uno aún con arena y medio ahogado por un beso, dentífrico y un cuaderno, dos lápices y un borrador, para escribir el doble de los errores que cometa. ¿El corazón? Ese no pertenece en la maleta, y el viaje que él quiere emprender tiene como destino uno muy distinto al del autobús que he de tomar.

Tengo que irme, el alba apremia y yo trocaré en unas horas este suelo duro por arena y mar, me encontraré en pleno Julio contemplando a la estación del maple abrirse paso de manera implacable hacia mí, sonando con naranjas y ocres nuestra escisión. La ironía está en que mi último octubre no tuvo nada de mío y nada de otoño, todo de playa y nada de adiós.

Sin embargo, antes de mi inevitable partida te confieso un último secreto, que nunca he nombrado nada por azar, mucho menos a nosotros: El invierno y el Verano están siempre destinados a estar juntos, a tenerse el uno al otro prendidos en una telofase e intercambiando nuestros apellidos por el de austreal y boreal e intercalándose a lo largo del año.

La estación de los calores de la piel y la de la piel en busca de calor están siempre presentes de manera simultánea, cada uno en su hemisferio y para que me alcances vida te recuerdo, solo basta cruces el ecuador que separa nuestros cuerpos.

 

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Published on e-Stories.org on 16.07.2018.

 
 

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