Raúl se puso acuclillado nerviosamente, sudaba y ya comenzaban los calambres por todo el cuerpo. Él temía que llegase ese punto, ya que muy pronto aparecerián los vómitos, los dolores y todo los demás.
Conocía bien esa situación, así que arremangó la camisa de color indefinido, y se colocó la goma estirando su extremo con a boca para ceñirla al antebrazo..
Dio unas palmaditas en la parte inferior de la goma y rogó para que pronto se entreviesen sus malhadada venas.
Tenia los brazos destrozados por las repetidas punciones, de una forma desproporcionada y salvaje, pero tan solo conseguía palparse los múltiples callos que sobresalían en su brazo como dunas en el desierto.
Con la otra mano sostenía la jeringuilla que había preparado precariamente, sin el menor cuidado, ni las mínimas medidas de asepsia. Esto en definitiva no importaba absolutamente nada, solo quería colocarse “su dosis”.
Clavó la aguja intradérmica en una frágil vena que se destrozó al instante dando lugar a un grandísimo hematoma.
-¡Mierda!-masculló en todo cabreado – esta ya no me sirve.
Sacó la goma del brazo y la situó en el otro. No había tenido reparo en cortar la hemorragia y ahora la sangre brotaba de su brazo desparramándose por el suelo.
Buscó, ahora ya desesperadamente una vena en la que poder colocarse su dosis, intentando escudriñar palpando con sus sucios dedos.
Pero los calambres iban en aumento y todo su cuerpo se estremecía de dolor. Estaba comenzando “el mono”. Cruzó sus piernas y apretó fuertemente los dientes .
-Enseguida pasará –
El nerviosismo, la ansiedad iban subiendo como una vorágine , así como su capacidad de pensar que ya se encontraba en un terreno completamente neblinoso. Solo tenia un objetivo, fijo, obsesivo:Introducir en su cuerpo esa mortífera sustancia..”El Caballo”
Raúl sentado en un rincón de su sucia celda, con todas las luces apagadas, y solo el resplandor mortecino de una escuálida vela, observó hacia la ventana.
El cielo estaba completamente manchando de estrellas y el resplandor plateado de una luna llena se colaba entre los barrotes de la estancia.
Examinó nuevamente, teniendo la esperanza de encontrar aquella
maldita vena donde poder pincharse, intentándolo hasta en cinco ocasiones sin éxito.
En la jeringuilla tenia el pasaporte para su viaje, pero era incapaz de encontrar el vehículo para poder realizarlo.
Desistió en su afán de seguir mortificándose los brazos, que ahora chorreaban sangre por el suelo, y se lanzó desesperadamente hacia los pies, volviendo a ajustar la goma en su tobillo.
Allí estaba, una vena recta hinchada y firme.
¡Era la que necesitaba!
-¡Ya está!- Exclamó hablándole al silencio. Ahora a volar..
Con las mugrientas manos, fue empujando el embolo de la jeringa hasta que aquel liquido viscoso se fue deparramado por su organismo. Quedó con los ojos en blanco y por solo una brizna de momento vio traslucido aquel mundo irreal, pero enseguida fue consciente que su vida se esfumaba.
-¡Me la han colocado!- pensó para sus adentros - ¡esto es una sobredosis!
Su corazón empezó a enlentecerse y sus pulmones dejaron de respirar..
Raúl vio como Pegaso salía por el ventanal del que misteriosamente habían desaparecido los barrotes, y él sentado en su lomo emprendía su vuelo extendiendo sus alas blancas hacia el infinitivo de lo infinito..
¡Y por fin Raúl dejó de sufrir ¡
Angels Vinuesa
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Published on e-Stories.org on 15.03.2006.
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