Mariana Gutierréz

Nunca vas a querer a alguien tanto como lo extrañes.

 
 
 
 
 
 
Para mis papás, que me enseñaron que tenía de
dos: seguir dormida para seguir soñando o
levantarme y hacer mis sueños realidad.
                                                                        -Yo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A punto de cumplir mis quince años, recuerdo muy bien, haber visto a este muchacho ridículamente guapo. Estaba ahí, en el fondo del pasillo, rodeado de sus amigos. Lo veía y en lo único que podía pensar era en lo atractivo que era. Me lo topaba muy a menudo caminado por los pasillos de la escuela, claro, sin esperar algún movimiento hacia mi de él. Se trataba de Santiago Macías Buenrostro, y vaya que ese segundo apellido no le quedaba nada mal.
            No fue hasta dos meses después, que accidentalmente me estampé contra él por culpa de mis prisas.
            -“Disculpa, no me di cuenta, ¿te encuentras bien?” – me preguntó.
            -“Si, la culpa fue mía, tengo que correr al laboratorio si no quiero que me pongan falta” – contesté enseguida.
            -“De ser así, no te demoro más, que tengas buen día” – dijo y se fue.
Esas palabras de tu amor platónico que hacen que el corazón quiera salir de tu pecho corriendo. No lo podía creer, ¿Santiago Macías y Mariana Covarrubias? Dios mío, ni pensarlo, jamás se fijaría en alguien como yo.
            Tres meses después me encontraba junto con mi mejor amiga, Natalia, formadas en la fila de la cafetería.
            -“Natalia, por favor apúrate, tenemos muy poco tiempo para terminar la tarea de ayer y tu todavía te das el lujo de formarte en la cafetería” –le dije haciéndole muecas.
            -“¿Entonces que sugieres que haga?”- me contestó igual o peor que yo.
            -“Ven, nos vamos a meter”- le dije con un tono pillo.
Y para mi suerte, ahí estaba Santiago. Ugh, rodeado de mujeres como de costumbre, pero no estaba dispuesta que eso me detuviera de amablemente preguntarle,
            -“Hola, ¿me puedo formar aquí?”
Y por medio de mi vista periférica alcancé a notar como Natalia me estaba poniendo los ojos en blanco.
            -“Choques, choques, choques. Claro, ¿cómo no dejaría meterse a la niña que no hace poco se estrelló la cara en mi cabeza?” –respondió en tono burlón.  
¿Por qué me tenía que hacer esto? No me refiero a que esté mal, pero ponerme así, es decir, sentía como toda la adrenalina de mi cuerpo se esparcía a velocidades incontrolables.
            -“¿Choques?” –pregunté torpemente.
            -“Así es, de hoy en adelante serás choques para mi” – dijo guiñándome el ojo.
¿Choques? C-H-O-Q-U-E-S. Creo que nunca me había gustado tanto una palabra como esa.
Y así fue, como Santiago y yo comenzamos a llevarnos, él haciéndome bromas y chistes referente a choques y yo, claro, como toda mujer enamorada, dándole la razón.
Pronto comencé a sentir esta atracción inevitable por él, no sólo lo consideraba sumamente guapo, pero lo quería. Si, lo quería. Lo suficiente como para imaginarme saliendo con él como su pareja. Aunque no sabía que hacer, nunca me había enamorado antes. Yo no sabía lo que era tener una relación, es decir, todo lo que conllevaba, pero a decir verdad, él me hacía querer experimentarlo.
Todos los días hablábamos, nos mandábamos mensajes. Yo le quería decir como me sentía pero nunca consideré adecuado decírselo por medio del celular. Así que esperé la oportunidad perfecta, la fiesta de mi amiga Romina. Era una fiesta relativamente chica, puesto que era en su casa.
            -“¿Qué me pongo? ¿qué me pongo? ¿qué me pongo?” –gritaba desesperadamente desde mi cuarto y sólo escuchaba los gritos de mi hermana Renata,
            -“Mariana, haznos un favor a todos los de esta casa y cállate por favor.”
Opté por usar una falda negra un poco corta, una blusa sin mangas en color naranja y unos zapatos de tacón negros. Nada extravagante.
Llegué a la fiesta junto con Renata, la cual, en un cerrar y abrir de ojos ya estaba del otro lado de la pista con sus amigas. ¿Habrá sido un abrir y cerrar de ojos? o, ¿yo me habré quedado embobada buscando a Santiago? Creo que la pregunta se responde sola.
De pronto sentí como alguien me tocó la cintura y pegué un salto del susto, rápidamente voltee y ahí estaba. Guapísimo, encantador…
 -“Choques, es un placer verte por aquí” – sarcásticamente me dijo.
-“El placer es mío”- añadí.
-“¿Vamos por algo de tomar?” –preguntó en un tono más serio después de haber visto la cara que le hice.
-“De hecho..” –  sentía como me sudaban las manos – “¿Crees que podamos salir un par de minutos? Necesito decirte algo.” –pregunté, y vaya que me costó.
-“Claro” – y caminé enfrente de él dirigiéndonos a la salida.
De algo estaba segura. Iba a necesitar respirar unas 400 veces antes de decírselo.
            -“Verás, no sé que vaya  pasar con nosotros después de que te diga esto. He ensayado tantas veces lo que te quiero decir que lo más seguro es que de memoria me lo sepa, y sé que probablemente se ve mal, porque generalmente los hombres suelen decirlo primero…” –decía mientras Santiago quedaba asombrado.
            -De repente me interrumpe, – “¿qué me quieres?”
            -“¿Lo sabes?”- Dios mío, ¿habrá sido Renata quien le dijo?
            -“Si. Por el simple hecho de ver ese brillo en tus ojos cada que me ves. Y tu seguramente habrás notado ese brillo, porque me pasa igual. Yo también te quiero”.
Oh por Dios. Creo que nunca esperé esa respuesta. Digo, la gente siempre dice cosas como, siempre espera lo peor, porque si viene algo mejor, te sorprenderá. Tonto,  pero cierto.
Me abrazó y notó que me estaba congelando. Por supuesto que no me iba a poner en el plan de mujer mandona pidiéndole su suéter. Pero no fue necesario decírselo, porque en cuanto voltee a verlo, ya se lo estaba quitando. Y bueno, ¿cómo le iba a negar su suéter?
Pasó un año que en realidad fue un camino largo y duro. Había veces en las que parecía que realmente Santiago y yo nunca nos íbamos a formalizar. Veía lejano el día en el que llegara a mi casa con él para presentárselo a mis padres.
No fue hasta hace poco que comprendí que todas esas pruebas, eran forzosas.  Se necesitaban poder pasar para que llegáramos a ser lo suficientemente maduros y capaces de dar el siguiente paso.
Pasaron unos quince días, cuando Santiago me preguntó formalmente que si quería ser su novia. Y para mi, fue un verdadero alivio. Estaba llegando al punto en el que veía todo eso que tenía con él simplemente irrelevante, se sentía como un si y un no a la vez. Como si estuvieras pero a la vez no.
Vivimos experiencias increíbles. Tres años y medio de relación. Tres años en los cuales, día a día me daba una razón distinta para creer en lo nuestro. Se sentía tan real como era. Se sentía tan vivo ese amor de más de cuatro años. Y la mayoría de las noches me iba a acostar con una sonrisa de oreja a oreja pensando en lo increíble que era poder sentir lo mismo por alguien a pesar del tiempo y de los obstáculos. Lo reconfortante que se sentía verlo después de no haberlo visto días. Como era que cuando el amor era verdadero, difícilmente algo podía romperlo.
            -“¿Crees que algún día nos casemos?” –le preguntaba.
            -“Qué más quisiera que eso. Pero te prometo que mientras esté a tu lado, te voy a dar lo mejor de mi.” –me respondía tan acertadamente.
Durante comienzo de nuestra relación mucha gente no creía en nosotros, pensaban que estábamos juntos por querer experimentar. Pero conformé pasó el tiempo, nuestro amor se convirtió el tipo de amor al que le apuestas. Y no sólo las demás personas, pero yo.
            Siempre pensaba que únicamente algo de fuerza mayor nos separaría, pero lo ignoraba por completo. Nunca consideré posible ese hecho. Quizá por el hecho de que los dos ya pasábamos los 20 y no había porque distanciarnos, mucho menos separarnos.
            -“Natalia. Hay algo que te tengo que decir.” – me lo dijo tan serio…
            -“Claro, dime, ¿qué pasa?”- pregunté un poco asustada.
            -“Me voy a ir a vivir a otro lugar.” – enseguida respondió.
            -“No importa” –le dije. “Me voy contigo”.
            -“No, es que no entiendes…” – y se pasaba los dedos entre el cabello como signo de impotencia. –“Me voy a ir a Francia. Me iré a vivir a Lyon. Me ofrecieron una excelente oportunidad de trabajo y realmente pienso que estas son oportunidades únicas”.
Realmente no sabía como sentirme. No sabía si mostrar emoción por dicha propuesta o si empezar a llorar. Sin pensarlo, sentí como lagrimas mojaban mis mejillas.
            -“Mariana, no tiene porque pasar nada entre nosotros, sólo es un año.” –dijo queriéndome reconfortar.
Pero él que sabía sobre eso, la distancia es como un arma de doble filo. No sabes que va a pasar porque realmente no tienes opción; o lo ves como una prueba de amor o los dos se olvidan y tu no decides que pasa.
Tenía tanto miedo, no porque él se fuera a olvidar de mi, pero que yo me fuera a olvidar de él. No quería que se fuera porque al hacerlo, iba a tener que buscar a alguien más, eventualmente. No quería conocer a nadie más porque yo sabía que lo que teníamos era algo que jamás se iba a repetir, por mucho que quisiera. Simplemente no quería tener que olvidarme de él…
Y aquellos últimos días fueron de los mejores de mi vida. Procurábamos estar tanto tiempo como nos fuera posible. Me quería hacer la fuerte pero también a veces me cansaba de fingir que todo estaba bien.
Y finalmente llegó el día en el que tenía que partir. Él se iba a las 8:00 de la noche, por lo tanto tenía que estar a las 6:00 en el aeropuerto. ¿Qué si se le olvidaba todo? ¿Qué si ya no recordaba como era el estar conmigo? ¿Cómo se lo iba a probar una vez que regresara? Decidí llamarlo:
            -“Hola Santiago. Buenos días.” –le dije en un tono melancólico.
            -“Buenos días princesa.” –vaya que me sabía hacer sentir mejor.
            -“¿Podemos vernos en el parque que está a dos cuadras de tu casa? Lleva papel y pluma.” –Añadí
            -“Claro. Te veo ahí en una hora”. –Contestó.
Me puse unos jeans en color azul marino, una playera negra y mis tenis blancos. Tomé unas hojas de papel y unas plumas y salí un rato a mi balcón. Me senté y me dejé llevar. No pensaba en nada, simplemente admiraba la vista. Sentía como el aire me tocaba el cuerpo y lo relajada que me podía llegar a sentir. Faltando veinte minutos tomé mi bolsa y las llaves del carro y me fui al parque. Y ahí estaba, sentado. Lo miraba desde lo lejos y se sentía como la primera vez que lo vi. Con su cabello negro brilloso y su piel morena, con esos ojos hermosos. Dios mío, que triste iba a ser tener que decirle adiós…
            -“Veo que traes lo que te pedí. Lo que quiero que hagamos es que nos escribamos cartas hoy 12 de septiembre y las enterremos.” –expliqué.
            -“¿Cómo? A decir verdad no entiendo muy bien para qué.” –preguntó confundido.
            -“Vamos a escribirnos cartas. Yo te voy a escribir una a ti y tú una a mi. En un año, el 12 de septiembre del año entrante, te voy a ver aquí a la misma hora, a las 13:00 horas. Vamos a desenterrar las cartas. Pero si no vienes en un año, yo voy a entender que hiciste tu vida por otra parte y viceversa, si no vengo yo, yo habré echo mi vida ya. Sin embargo, si ninguno de los dos se presenta aquí, tendremos que comprender que estamos mejor así.”
            -“¿Estás segura de esto?” –dijo enseguida.
            -“Si, me sentaré en la banca del otro extremo del parque para darnos privacidad. Te veo ahorita que terminé”. –y me fui a escribir.
Santiago:
Desde el primer día que tuve la oportunidad de sentarme a platicar contigo me di cuenta de lo real que íbamos a llegar a ser. No fue platica común; realmente estabas interesado en mis gustos, mis creencias, mis miedos y mis pasiones. Y fue ahí cuando me diste la primer razón para creer en que algún día tu y yo íbamos a poder estar juntos. Me estoy muriendo por dentro, ¿cómo te voy a decir adiós? Lo que para muchos fue en un principio un amor inmaduro de adolescentes, hoy para mi es mi mayor logro. Algo de lo que estoy sumamente orgullosa. Te dejo ir porque sé que te espera algo mejor. Cuando entraste a la Facultad de Derecho y te dije que siempre iba a querer lo mejor para ti, lo decía enserio. Pero nunca esperé que lo mejor fuera a ser tan doloroso. No te voy a atar a mi. Si en un futuro encuentras a alguien más, lo voy a aceptar. Sólo te pido algo; no encuentres otra “choques”. Te quiero desde el fondo de mi corazón y toma todo de mi dejarte ir. Espero tener la paciencia suficiente para reencontrarnos aquí en un año.
                                                                           Tu “choques”,          
                                                                                                       Natalia.  
Me limpié las lágrimas, doblé la carta en 4 partes, abrí el sobre y metí la carta. Escribí en el sobre: Con la esperanza de abrir un día esta carta. Fui al carro a sacar la caja de metal dónde pondríamos las cartas y por la pala. Santiago me entregó su carta y la puse encima de la mía. Alcancé a leer el sobre que decía: Te veo en un año choques.
            Él comenzó a excavar poquita tierra, quizás unos 40 centímetros y colocó la caja. Después la tapó con la tierra y abrazó.
            -“Ya verás que en un año exactamente, en el mismo lugar y a la misma hora, aquí estaremos los dos. Viéndonos frente a frente.” – y me sostenía la cara con sus dos manos mirándome fijamente. desafortunadamente, nada en esta vida está garantizado.
            Fue un año difícil, y que digo difícil, horrible. Mis amigas trataban de animarme día a día diciéndome frases alentadoras, pero para ser sincera, nunca le presté atención a ninguna de ellas.
Leyendo un día una revista, me topé con una artículo sobre “Cómo olvidar a tu ex”, y bueno, supongo que dentro de esos consejos venían todos aquellos que me decían mis amigas, así que lo ignoré. Sin embargo, al final del artículo leí estas palabras que llamaron mucho mi atención:
 
Está científicamente comprobado que después de una ruptura amorosa se necesitan 3 meses para sanar.
 
No sonaba nada mal, así que me hice la idea de que tenía que ser la persona más fuerte durante esos tres años, sonreír pese a mi dolor y volver a ser la persona alegre que un día fui.
Santiago nunca me habló después de haberlo despedido en el aeropuerto. No fue porque ya se había olvidado de mi o algo por lo parecido, pero porque yo se lo pedí. Quería que fuera feliz aunque sabía que le iba a doler al principio, pero es ley de vida, la mayoría de las cosas cuestan trabajo y si no es que la mayoría, todas.
Durante esos tres meses salí con un hombre de nombre Tomás. Era de lo más espléndido, bastante guapo, romántico, comprensivo y todas esas cosas que a las mujeres nos gustan, pero había un problema. A pesar de que lo quería sentía un hueco enorme en mi. Realmente me esforzaba por llenar ese hueco, pero no importa cuanto diera de mi, al final del día me sentía igual. Así que decidí poner fin a esa relación que no le veía futuro.
            -“¡Mariana! ¿Ya te enteraste?”- me dijo mi amiga Paula, y miraba como el resto de mis amigas me veían fijamente esperando mi respuesta.
            -“¿Por qué están así? ¿Hay algo que yo no sepa?”-pregunté mortificada.
            -“Preferimos decírtelo nosotras a que él lo haga.” –Dijo Alexa.
            -“¡Dejen de hacerla tanto de emoción y ya díganme!”- realmente me estaban haciendo enojar.
            -“Pues… Santiago se va a casar con una mexicana que conoció en Lyon, su nombre es Isabel”. –Enseguida respondió Alexa. –“Regresarán a casarse aquí a mediados de septiembre.”  -añadió.
Me senté en la cama de Paula y sentí como todo se venía para abajo, como todos esos recuerdos se irían borrando. Iba a perder al hombre que amaba con todo mi corazón, se iba a entregar al altar y no había nada que pudiera hacer… No podía convencerlo de lo contrario porque sería muy injusto para él y yo… pues, sería totalmente egoísta.
            Entró el mes de septiembre y en lo único que podía pensar era en aquel día que enterramos las cartas. Pero, si de algo estaba segura era que no vería a Santiago ahí en el parque. Pero yo quería ir, porque le había hecho una promesa la cual estaba completamente dispuesta a cumplirle.
            Llegó el doce de septiembre. Recuerdo que el día pintaba bastante bien. A través de mi balcón veía el azul profundo del cielo. Me metí a bañar, me sequé el cabello, me puse unos jeans azules, una blusa rosa y unos tacones cafés. Antes de salir, tomé las llaves de mi carro y me aseguré de lo que estaba apunto de hacer.
            Llegue a las 13:00 horas en punto y aún con esperanzas de que se presentara espere 10 minutos antes de comenzar a excavar. Pasaron 10 minutos y fui por la pala a la cajuela del carro. Comencé a sacar tierra y por fin vi la caja de metal. La saqué y para mi sorpresa vi tres cartas en lugar de los. El sobre era amarillo y tenía una nota pegada que decía, “Hazlo por mi Natalia”.
Abrí cuidadosamente el sobre y era la invitación de su boda. Se iba a casar al día siguiente. Cerré los ojos por unos minutos y respiré profundo. Iba a tomar todo de mi dejarlo hacer su vida con alguien más.
Abrí su carta y decía:
           
            Mi chocona favorita:
Sé que ahorita tienes mucho miedo y te mentiría si yo no tuviera. Estoy apunto de tomar un paso muy importante en mi vida, sin embargo, cuando regrese sé que estarás ahí para mi. Nunca se te olvide cuanto te quiero y lo que significas en mi vida. Si algún día no podemos estar juntos, recuerda que nunca te voy a olvidar. Me despido con la certeza que en un año más aquí estarás tú, con ese vestido de flores azules que tanto me gusta y tu cabello recogido. Hasta pronto Natalia. Y si llegas a encontrar a alguien más, me va a dar mucho gusto que aquella persona te dé lo que yo no puedo. Eres mi vida y más…
                                                            Con todo el amor del mundo,
                                                                                                            Santiago.
Regresé a mi casa y subí a mi cuarto. ¿Qué era lo que tenía que hacer? ¿Por qué alguien no me podía explicar en que le había fallado? Pero no podía pasar lamentándome el resto de mi vida. Me tomé un té de tila y me dormí.
Al día siguiente me desperté dispuesta a dejar irlo de una vez. Hice cita en la estética y fui de compras en busca de un vestido y  tacones. Después de 6 horas, estaba lista para ir al día más feliz de Santiago y el día más triste para mi.
            Llegué a la misa y me senté en la última fila. Terminando la misa, salí para felicitarlo. No sé de dónde me salió tanta fuerza, valentía y coraje para hacer lo que estaba haciendo.
            -“Felicidades. Te deseo éxito y amor en tu vida.”- dije.
Me limpié las lagrimas que recorrían mis mejillas y me di la vuelta para ir a mi carro. Finalmente mi felicidad no iba a depender de la tristeza de otros, así que lo dejé ir…
 
 
 
 
 
 
 
 
FIN 
 
 
 
 
 
 

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Published on e-Stories.org on 11.08.2014.

 
 

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