Daniela Di Napoli

La jugada


                                             
                                                                 

"Lo que siento por ti es tan difícil.
No es de rosas abriéndose en el aire,
es de rosas abriéndose en el agua." Idea Vilariño.


No habían dado aún las doce del mediodía cuando, camino a la editorial y con los auriculares puestos, Lea ya escuchaba la audición de básquetbol. Todo el ambiente estaba muy agitado a la espera de una noticia y una vez confirmada, no pudo contener un grito de alegría. Luego de muchas temporadas Héctor regresaba al país y había sido fichado nada menos que por el cuadro de sus amores. Por fin y por primera vez en sus 33 años de vida tenía las más altas chances de ver coronado campeón al club al que  pertenecía desde niña. Y con su ídolo vistiendo su camiseta.   
Pese a su edad, Lea tenía el aspecto de una veinteañera y un eterno espíritu de adolescente. Por eso la imagen de aquella muchacha de pequeña estatura, saltando y gritando de alborozo por 18 de Julio, despertaba sonrisas en los transeúntes que disfrutaban de aquella soleada jornada de mayo. Inmediatamente publicó la noticia en las redes sociales: sabía que los usuarios estallarían de júbilo o de bronca, según el lugar desde el que estuvieran situados, y el intercambio tendría lugar durante varias semanas. Compartió su efusividad con hermanos y primos y entró al trabajo como un torbellino, con una idea en mente. Tenía que escribir la biografía autorizada de Héctor González Paidós.
Héctor había comenzado a jugar muy joven y como todo joven talento había emigrado rápidamente, desarrollando la mayor parte de su carrera en el exterior. Lea había tenido oportunidad de seguir sus inicios en el Seleccionado Nacional. Pero a nivel de clubes pronto le perdió el rastro. No era de seguir partidos por internet y si de casualidad encontraba alguna señal de cable transmitiendo ligas internacionales, la ocasional mención de un jugador de su país podía retenerla frente a la pantalla un rato, sin demasiada pasión. Su pasión estaba en la liga local, de mucho menor nivel  pero pintoresca y única. Sus estudios en Ciencias de la Comunicación habían culminado con éxito aunque le preocupaba hallar la posibilidad de desarrollar su trabajo en un terreno que, pese a mediar la primera década del nuevo milenio, era patrimonio casi exclusivo de los hombres. Su objetivo era ser periodista deportiva especializada en básquetbol, dándole prioridad a la prensa escrita. Amaba escribir y su fuente de inspiración solía estar en el mundo del deporte.
Héctor era tres años menor que ella. Desde el inicio de su carrera profesional, momento en el que Lea se encontraba iniciando sus estudios terciarios, su nombre  resonaba ya como la gran promesa del básquetbol nacional. Y no defraudó. Su virtuosismo extraordinario compensaba su falta de carisma. No era elegido para ser capitán de ningún equipo, pero terminaba transformándose en el líder natural desde el momento en que un partido de tornaba adverso y sus compañeros lo buscaban con desesperación para definir las jugadas más inverosímiles. Es que sus manos tenían una precisión matemática. Tenía el temple, la concentración y la seguridad de aquellos pocos elegidos para sobresalir en ese mundo. Equipo que lo contrataba, equipo que se coronaba campeón. A nivel nacional sin excepción. Y casi sin excepciones a nivel internacional. 
Por razones familiares debió Héctor regresar al país para continuar con su carrera.  Había cumplido 30 años. Lea trabajaba entonces en un diario de la capital aunque no en la sección deportiva. No tenía conocidos en el medio y era bastante tímida. Redactar artículos sobre política y sociedad no dejaba de ser un trabajo interesante, aunque no le resultara tan inspirador. De noche daba algunas clases en la Facultad y había entrado a trabajar recientemente en una editorial como correctora de estilo. Fue allí que se gestó la idea de publicar la biografía del ídolo. Había en el mercado editorial unas cuantas biografías de deportistas célebres. Aunque casi todos futbolistas. Y se preguntó cómo era posible que a nadie se le hubiese ocurrido aún publicar la biografía de Héctor González Paidós. Presentó el proyecto en la editorial y fue aceptado. Ahora la tarea más difícil era contactar al jugador y que aceptara la propuesta. Publicar el libro no iba a representar una gran ganancia y a Lea eso no le importaba. Pero tal vez a Héctor sí. Solo había una manera de salir de dudas. Y la editorial le había fijado un plazo.
Lea tendría que aprender a superar su timidez: su profesión y sus diferentes ámbitos laborales eran garantía suficiente de su seriedad e idoneidad para llevar a cabo su proyecto. Pero en el ámbito deportivo no era conocida. Y Héctor no era un deportista muy accesible. Era de público conocimiento que no le gustaba que le interrumpieran sus entrenamientos. Antes de cada partido se lo veía casi abstraído practicando tiros. No miraba a su alrededor. Luego de los partidos era asediado por jóvenes hinchas que lo retenían más de lo debido. Y la ocasión propicia nunca llegaba.
Aguardó semana tras semana y  mes tras mes hasta verse envueltos en el sueño de llegar a semifinales, jugar la serie final al mejor de siete partidos y terminar alzando la Copa.  Treinta y tres años aguardando aquella noche de abril. Y el equipo lo había logrado impulsado por el talento de Héctor. Lea, desbordada de emoción, se atrevió a saludar a varios jugadores. Pero Héctor era más asediado que de costumbre. Llegar hasta donde se encontaba y suscitar un minuto de su atención parecía imposible. Se le ocurrió entonces trasladarse a la sede del club y aguardarlo allí. Hasta la madrugada seguirían los festejos y en algún momento conseguiría saludarlo. Aguardó alrededor de media hora y sintió un golpe en el pecho cuando escuchó que había llegado. Rodeado de hinchas y aun de periodistas, lo pudo divisar. Sonreía como nunca nadie lo había visto. Se lo notaba visiblemente orgulloso, satisfecho, hasta feliz. Lea no estaba dispuesta a seguir esperando. Se abrió camino entre el río de gente y sin importarle el qué dirán llegó hasta él y lo felicitó. Debió hablar muy fuerte ya que era imposible comunicarse a un volumen normal en medio de los gritos, los cánticos y las risas. Era la primera vez que tenía a Héctor tan cerca. Le temblaban las piernas. Pero debía sobreponerse al impacto y hablarle seriamente. 
 - Héctor, felicitaciones. Trabajo en una editorial y soy periodista. Desde que regresaste al país tengo en mente la ilusión de escribir tu biografía. La editorial es esta y estos mis números de contacto.- Le dio su tarjeta personal y continuó casi sin respirar:- Ojalá te interese y en caso de que así sea te pido que por favor te contactes conmigo. Estoy en la editorial desde la una de la tarde hasta las seis.-
Héctor sonrió y tomó la tarjeta. Se inclinó levemente, pese a que Lea estaba en puntillas de pie, para contestarle sin tener que gritar.
 -Gracias por tu interés. Me gusta la idea aunque lo tengo que pensar un poco. La semana que viene me voy para Venezuela así que en caso de decidirme mi contratista te estaría contactando en estos días. Pero tendríamos que dejarlo para cuando yo regrese, a mediados de agosto.
Lea no podía pedir nada más. Aquella noche no pudo dormir. Demasiadas emociones para un solo cuerpo.
Al día siguiente aguardó expectante la comunicación, aunque era demasiado pronto. La soñada llamada se hizo esperar tres días. Lea sabía quién era el contratista aunque nunca lo había tratado. Su nombre, Gonzalo. Era de un hablar agradable y pronto se pusieron de acuerdo en los lineamientos generales del libro. Desde luego debía ser una biografía enfocada estrictamente en la carrera deportiva sin tocar aspectos de la vida privada. La aclaración parecía innecesaria: Lea no quería involucrarse en ese tema, la llamada prensa del corazón le parecía de pésimo gusto. Las entrevistas personales las dejarían para agosto pero Lea le tendría que enviar a su entrevistado un boceto con la estructura interna del libro y una batería de preguntas para que este evaluara su pertinencia y fuera pensando en las respuestas.
Lea comenzó a trabajar en su proyecto y el libro pronto empezó a tomar forma. Paulatinamente comenzó a enviar por correo electrónico el material a su entrevistado, quien generalmente respondía los domingos de madrugada. Aquella rutina era maravillosa. 
 Pero a finales de julio sucedió algo inesperado. En uno de los partidos de la serie final de la liga venezolana, más precisamenete en el último, Héctor se lesionó gravemente. La noticia recorrió inmediatamente las redes y los diferentes medios de prensa. El ambiente del básquetbol estaba conmocionado. Lea hubiera dado diez años de su vida por acompañar a su ídolo en aquel trance. Le escribió un correo muy sentido intentando darle apoyo e infundirle ánimo, aun sabiendo que no recibiría respuesta. Pasó dos noches sin dormir y  no volvió a conciliar tranquilamente el sueño  hasta enterarse de que Héctor ya estaba de regreso y había sido operado con éxito. Mediaba el mes de agosto. Ahora restaba aguardar su recuperación. Con suerte y mucha disciplina en febrero podría estar pisando nuevamente una cancha. Pero restaba ver si podría volver a adquirir el nivel de juego que lo había elevado a la categoría de un dios.

A inicios del verano, Héctor comenzó a frecuentar nuevamente los entrenamientos para practicar suaves movimientos y sobre todo tiros. Su recuperación avanzaba, dentro de los límites médicos, a un ritmo casi vertiginoso. Y a menudo acompañaba a su equipo en las noches de partido. No podía sentarse en el banco con sus compañeros pero observaba los encuentros como un aficionado más. En el entretiempo iba al vestuario y participaba de las charlas técnicas. Estaba viviendo una nueva etapa en su vida. Desde otro lugar. También el contacto con el público era diferente. Tal vez más cercano que antes, más sincero. Los hinchas fueron observando que aquel ídolo maltrecho era humano. El empeño en recuperarse, la meticulosidad de sus rutinas, y sobre todo el acompañar al equipo brindándole su apoyo sin poder ser protagonista hicieron a las masas olvidar el enojo por su ausencia y recordar lo importante que había sido en la vida de la institución la llegada de aquel profesional obsesionado como nadie con superar los límites de la perfección. Ya no se lo asediaba, se intentaba cuidarlo, protegerlo. Demostrarle apoyo sin  incomodarlo. Mucho más mesurados, los fanáticos comenzaron a acercarse nuevamente, pero con otro respeto, para tomarse alguna foto ya más relajada, o para pedirle que firmara alguna camiseta, siempre transmitiéndole voces de aliento.
Lea no era ajena a aquel cambio de situación de Héctor y de la gente a su alrededor. Todos aguardaban el mes de febrero con impaciencia. Todos sentían que era una responsabilidad colectiva allanar el camino del deportista en aquel duro proceso. Y de alguna manera ella debía colaborar.  Esta vez,en lugar de enviarle otro correo, prefirió acercarse a él en persona. Una noche, antes del comienzo de un partido. Ya que los entrenamientos seguían siendo sagrados.
-Cuánto me alegra verte mejor. Se te nota animado. 
-Sí, estoy mejor. Lo peor, por suerte, ya pasó. Afortunadamente mi buen estado físico antes de lesionarme y mi vida sana ayudaron mucho.
- Entonces no es una cuestión de fortuna, sino el resultado de un rigor profesional intachable. Y lo mejor está por venir.
-Nunte te agradecí el último mail. Debí responder uno por uno todos los mensajes de apoyo que por suerte fueron muchísimos, pero sinceramente no tenía ánimo.
-Lo sé y te comprendo perfectamente. Quisiera que sepas que me haría muy feliz que me ayudaras a avanzar con tu libro...Puede que no sea el mejor momento para vos. Pero verte recuperado y sobre todo tan bien de ánimo me resulta muy inspirador.
-No te creas, tengo mis días. Pero... por qué no. Ahora no tengo mucho tiempo porque mi rutina es muy compleja pero dejame buscar algún lugar. Yo te escribo. ¿Te parece?


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"Lo que siento por ti, y que sin embargo
anda tanto que a veces no te llega."  Idea Vilariño. 

Era la primera vez que periodista y entrevistado se reunían. Y Héctor había sido increíblemente amable en recibir a Lea en la comodidad de su casa. Ella debió esforzarse en disimular el nerviosismo que la embriagaba. Sabía que a la menor vacilación su sueño de escribir aquella biografía habría concluido y no tendría una segunda oportunidad. Estaba ante el mejor basquetbolista uruguayo de los últimas dos décadas, quien además demostraba ser un hombre muy serio.  
 Contemplar aquella sala le había alcanzado para comprender más la personalidad de  su ídolo. Todo meticulosamente ordenado y reluciente. Decorado sobrio. Fotografías de su hijo. Cuadros de él con la Selección.  Más allá, una repisa con trofeos. Lea estaba fascinada, casi podía levitar. Prendió la grabadora del celular y la entrevista comenzó. El hablar de Héctor era fluido. Su tono de voz muy peculiar, masculino, envolvente, algo gutural. Su discurso conciso.  Reiteraba la misma muletilla que ella le había escuchado en las entrevistas de radio y televisión. Y esto  generaba en ella un leve nerviosismo, aunque mucho menor que el generado por su sola presencia. No se miraban mucho a los ojos. Ella lo intentaba pero él parecía hablarle al micrófono más que a la persona que tenía en frente. Lea lo entendía. Se lo notaba cómodo y ella no se atrevía casi a interrumpirlo para no perturbar ese momento. Escucharlo llenaba su alma de placer.
Afortunadamente, la había recibido vestido con un conjunto deportivo color gris que difícilmente dejaba adivinar sus perfectas formas. No medía mucho más de un metro ochenta y cinco. Eso, a juicio de Lea, contribuía con su particular belleza. Se le representaba un héroe griego. Los brazos eran increíbles. Además de la sobria musculatura tenía marcadísimas las venas. En realidad el atuendo de básquetbol dejaba ver poco más. Pero la perfección de sus brazos era más que suficiente. A Lea  le fascinaba su nuca. La forma de su nuca. Ahora no podía contemplarla, pero durante los partidos la había observado con atención. Su cabello era castaño oscuro, al igual que sus ojos. No había rasgos particularmente bellos en su rostro. Salvo su nariz fina, levemente respingada, también de estilo griego. Le sentaba bien la barba. Lea lo prefería así pues le daba un aspecto bastante maduro. Pero no se atrevió a seguir recorriendo aquella figura con la mirada, debía concentrarse solo en su genio. Nada debía desviarla de su proyecto y lo único importante debía ser, en aquel momento, el discurso.  A la luz del sol que aún se filtraba por la ventana en aquel atardecer estival descubrió que tenía leves reflejos rojizos, tanto en la barba como en las puntas del cabello. Las manos tampoco eran de gigante. Pero eran, a juicio de la periodista, perfectas. Los dedos más bien delgados, muy bien dibujados. Durante los partidos solía vendarse los nudillos. Lea imaginó por un momento aquellas manos tomando las suyas. Continuó escuchándolo.
El tiempo fluyó rápidamente y la primera tarde de entrevista llegaba a su fin. El entrevistado la acompañó hasta la puerta, debía retomar su rutina de ejercicios. Lea le pidió que para el próximo encuentro tuviera seleccionadas algunas fotos que resumieran su carrera, especialmente las de sus inicios porque había muy pocas de esa época en internet. Luego bajó sola en el ascensor, el portero le abrió amablemente y salió del edificio. La brisa costera era cálida y envolvente y pudo exhalar el largo suspiro que había tenido que contener durante casi una hora y media. Quería saber qué pasaría en el siguiente encuentro.
Pero al segundo jueves su sensibilidad le jugó una mala pasada. La emoción iba creciendo a medida que contemplaban las fotos. Lea no sabía cómo haría en el futuro para agradecerle a Héctor el compartir aquel material: le estaba confiando las imágenes más importantes de su carrera. Y no pudo evitar sentirse muy cercana a él. Desde el comienzo de aquel proyecto se había esforzado en recordar cómo lucía Héctor en sus inicios. Algunas imágenes comenzaban a acudir a su memoria, jovencito, más delgado, con otro corte de pelo, sin la barba, vistiendo la camiseta de la selección nacional siendo el jugador más destacado del medio. Y siempre serio. Pero al ver aquellas fotos todo parecía mucho más nítido. Volvió a detenerse en el aspecto de su rostro. Era pálido. No blanco, sino pálido. Tal vez la angustia de los últimos meses había acentuado su palidez.
 Había llegado el momento de hablar de la lesión. Era lógicamente la parte más dura de la entrevista, sobre todo porque el futuro de Héctor aún era incierto. Lea guardó silencio, no quería decir nada que pudiera hacerlo sentir mal, o peor.
Héctor jugaba en Venezuela los meses que duraba el receso del campeonato local. No había para él pasión mayor que la alta competencia y no concebía quedarse descansando entre los meses de mayo y setiembre. Había sido una jugada tonta. Una simple bandeja. Pero cayó mal y sintió el crac en la rodilla. Quedó tendido en el piso. El dolor era insoportable. Sus compañeros no atinaban a tocarlo. Todos sabían que la lesión era de entidad. De allí en silla de ruedas hacia la clínica, resonancias magnéticas, tratamientos para bajar la inflamación y finalmente, semanas después, la operación. Hubo que reparar meniscos y ligamentos. Colocarle tornillos. Durante un mes  debió usar muletas y luego empezar a apoyar muy suavemente la pierna. Fisioterapias, ejercicios en piscina, aparatos especiales para ayudar a la  rehabilitación. Pero no podría volver a entrenar en menos de cuatro meses, ni volver a la competencia antes de seis. Una vez en la cancha, podría recién comprobar junto al cuerpo médico y entrenadores si su pierna estaba en condiciones de seguir resistiendo el ritmo de una carrera altamente profesional o si su carrera había llegado a su fin. 
La voz de Héctor se quebró. Lea no quería pestañear pues las lágrimas ya casi desbordaban sus ojos y no quería que aquello sucediera. Intentó controlar su respiración pero pese a sus esfuerzos no había podido evitarlo: sus lágrimas brotaban desde lo más profundo de su sensiblidad herida. La transferencia se había producido. Era plenamente consciente de que la imprudencia había sido grande. Él había podido permitirse la debilidad de las lágrimas, pero esas lágrimas no le correspondían a ella. 
Aquella tarde Lea había tenido el privilegio de estar en su casa. Pero la situación se había salido de control y él no era ajeno a ese desborde. Y ahora se haría muy difícil continuar.
 -Perdón- le dijo torpemente, intentando sonreír. -La idea no es hacerte sentir mal.- Pero allí estaba Héctor. Su Héctor, el de todos y el de nadie. 
Entonces se dio cuenta de que él la miraba. Es que no debía ser común que una persona ajena a su círculo de afectos se conmoviera de esa manera por su infortunio.
Todos en el ambiente deportivo sabían que él era un hombre muy reservado. Se había divorciado hacía ya casi tres años. Solo se dejaba ver en compañía de su pequeño hijo y de su perro. Todos habían visto a sus padres, quienes llevaban al pequeño a los partidos, aunque no siempre. Verdaderos amigos, al menos en el mundo del deporte, y ese era su mundo, tenía dos. Tres, a lo sumo. Luego estaba su contratista, con quien tenía una relación estrecha, pero inevitablemente supeditada al interés económico. 
Lea sufrió imaginando su soledad. En épocas de gloria, tribunas llenas de fanáticos desbordados de admiración por sus jugadas, gritando sus triples, coreando su nombre. Niños y adolescentes obstruyendo su ingreso al vestuario con cuadernos y camisetas para firmar. Prácticas con más gente de lo habitual, intentando robarle un segundo de su precioso tiempo para tomarse una foto, entregarle una carta, expresarle cara a cara sentimientos de gratitud por los triunfos. Pero ¿cuántas de esas miles de personas realmente lamentaban en lo más profundo de su alma su lesión?  Lea en aquel entonces se había horrorizado leyendo múltiples comentarios en las redes sociales: muchas de las opiniones expresaban preocupación y bronca por el perjuicio para el club, en lo económico y en lo inminente, lo deportivo. Las posibilidades de ganar otro campeonato sin el jugador estrella se hacían muy remotas. Los comentarios más implacables que había leído provenían del sector masculino de la hinchada, especialmente de los hinchas más radicales. Pedían que se le rescindiera el contrato, no le perdonaban el haberse lesionado jugando en un equipo del extranjero cuando en pocos meses comenzaría un nuevo campeonato local. El sector femenino de la hinchada se mostraba bastante más sensible. Y eran quienes de corazón le deseaban una pronta recuperación.
Lea había escrito su columna de opinión sobre el tema en el medio de prensa para el que trabajaba, aunque no era la sección deportiva la que le correspondiera. Y había hecho pública su manifestación de apoyo al jugador a través de las diferentes redes.  Pero la controversia era un hecho y hacer entrar en razón a las masas un imposible. Nunca se enteró si él había leído todo aquello. Y no era el momento oportuno para preguntárselo.
Ahora él esbozaba una sonrisa. Pero sus cejas levemente levantadas expresaban más sorpresa que ternura o comprensión. Y parecía no encontrar las palabras justas. No debía ser grato para él ver llorar a una mujer conmovida por su situación. Él generaba todo tipo de sentimientos en la gente aunque sin querer generarlos. Por eso no se dejaba seducir por los fanáticos y su pasajera admiración. Por eso no se inmutó ante la falta de respaldo de gran parte de esa multitud que meses atrás lo había llamado dios. Era sensible a las manifestaciones de apoyo que le parecían sinceras. Y ahora mismo estaba ante esa muchacha que había venido a entrevistarlo para escribir un libro sobre su carrera y no entendía cómo había dejado que se llegara a ese punto. Se dio cuenta de que se había expuesto más de lo que su sentido común podía tolerar, al menos en ese momento tan crítico de su vida. De pronto el encontrarse en el living de su casa con una desconocida hablando de su carrera que era para él la historia de su mismísima vida se tornó peligroso y absurdo. Las lágrimas de esa muchacha eran sinceras y eso tornaba más incómoda aquella situación. Finalmente, pensó que sería peor si postergaba aquel momento y luego de un suspiro, intentando no ser demasiado duro, se atrevió:
- Disculpame, pero estoy un poco descolocado. Agradezco tu intención y voy a intentar ser claro. Al principio me entusiasmó la idea del libro. Pero por ahora dejémoslo así. No creo que por el momento sea una buena idea. Necesito recuperarme, ver cómo logro reanudar mi carrera y concentrarme en ese que es mi único objetivo.  Si en unos meses vuelvo a jugar y me siento bien, me pongo en contacto contigo. ¿Te parece?
Lea recibió esas palabras como un verdadero balde de agua helada. El desconcierto fue tan grande que ni siquiera atinó a ponerse en una postura defensiva. Porque en ningún momento debía olvidar que el protagonista de su historia era Héctor. Y sus propios sentimientos, que al parecer lo habían arruinado todo, debían esperar. No tenía ya el valor de sostener la mirada y mientras guardaba el celular en su cartera le preguntó: 
-¿ Y qué hago ahora con toda esta información? No me refiero a las fotos, que por supuesto no me voy a llevar, sino al contenido de las entrevistas.
-Guardala hasta que yo me ponga en contacto contigo. 
-Está bien. Disculpame por todo el tiempo que te hice perder y mil gracias por haberme recibido en tu casa. Sobre todo, perdón por el mal momento de hoy.
Al levantarse sintió que le temblaban las piernas. Y no pudo disimular el temblor de sus manos al querer cerrar su cartera, con tan mala fortuna que reventó el cierre.
-Listo. Tendré que irme con la cartera abierta.- E intentó sonreír fingiendo querer restarle importancia a lo que acababa de ocurrir aquella tarde.
Héctor ya estaba de pie y observaba los movimientos de Lea. Se dio cuenta de que las manos de la muchacha temblaban de impotencia, pero que no se animaba a increparle nada. Sabía que había sido muy descortés pero no hubiese podido evitarlo.  Al despedirse, solamente ella habló.
-No te preocupes. Para mí fue un placer estar aquí, poder estar tan cerca de mi ídolo, haber escuchado su voz en persona.- Silencio. Ese era su dios. Y como todo dios era una construcción subjetiva. Y como todo dios debía ser cruel. Despiadado. Soberbio. Fue así que la acompañó hasta la puerta y tan solo le dijo: 
- Gracias por todo. Estamos en contacto. 
Lea se dirigió al ascensor como un autómata. Tocó el botón de planta baja y al llegar el portero le abrió inmediatamente la puerta del edificio, mirándola con asombro , tal vez percatándose de lo mal que se sentía.
Se dirigió rápidamente a su auto y una vez adentro se sintió segura y libre de poder desencadenar su llanto. Ya no eran lágrimas de compasión sino de incrédula frustración. Golpeó dos o tres veces el volante y hundió su cara en él. Se preguntaba cómo se había atrevido a llegar a tanto y se decía que había tenido su merecido. Si todo venía estando bajo control ¿cómo pudo ser posible que las cosas se torcieran de ese modo? ¿Qué diría en la editorial ahora?
De pronto lo vio salir del edificio. Y se tuvo que recomponer, erguirse frente al volante de un sobresalto. Sí. Era él. Y bajó unos centímetros la ventanilla. Pero él no pareció darse cuenta de que ella seguía allí. Y lo vio dirigirse hacia la Rambla, caminando con paso lento, en compañía de Gino, su hermoso cimarrón atigrado de color gris, quien afortunadamente no tenía cortadas las orejas.
 Lea los miró alejarse y sintió ternura. Verdaderamente no había lugar para el enojo. La admiración podía más. Y ella también tenía un objetivo. "Cuando termine de compilar el material se lo envío", pensó. "Y si le gusta cómo quedó veremos los pasos a seguir. Yo tampoco me doy por vencida fácilmente." Encendió el auto y arrancó suavemente. 
Fueron unas semanas casi interminables. Lea halló consuelo recopilando y armando los capítulos de la biografía. Inicio de la carrera. Pasajes por el exterior. Selección Nacional. Campeonatos obtenidos, a nivel nacional e internacional. Datos estadísticos. Y finalmente la lesión. Aquello que lo había trastocado todo: la carrera de Héctor, las posibilidades del club de obtener un bicampeonato y aunque fuera algo menor,  la continuidad de las entrevistas y la publicación de la biografía. Lea recordaba aquellas dos tardes de jueves. La primera había sido un sueño. Llegar a la puerta del edificio. Verlo bajar a recibirla. Subir con él en el ascensor. Entrar a su casa. Caminar por aquel piso de madera flotante. Sentarse en sus sillas. Pero al recordar la segunda jornada, y realmente no quería hacerlo, sentía que invadía su ser una mezcla de vergüenza, frustración y tristeza. Ojalá pudiera borrar aquel insuceso de su memoria. Porque la incomodidad que le generaba por momentos paralizaba su trabajo y eso no se lo podía permitir. Héctor era su referente y ella en muchos aspectos quería, debía ser como él.
Desde el momento en que lo vio salir acompañado de su perro, más el paso de los días, de las semanas, Lea pudo entender. Era de comprenderse la reacción de Héctor. Su ridículo llanto había puesto en evidencia el momento crítico, la incertidumbre de su futuro. Se sentía vulnerable, temeroso. Y ella, sinceramente conmovida, no había hecho más que echarle en cara lo inconsistente de su situación. Él realmente sentía que caminaba en una cuerda floja. Si tan solo hubiera podido volver atrás en el tiempo y evitar esa jugada. Si en lugar de haberse ido a Venezuela hubiese tomado unas vacaciones con su hijo. Pero ya nada podía hacer más que mirar hacia el futuro y ser constante día tras día con su recuperación. Nada debía apartarlo de su objetivo. Y de pronto sintió que estaba allí perdiendo su tiempo hablando del pasado. Debía salir a su caminata diaria. Era parte de su terapia, física y emocional.
 Lea se reiteró por milésima vez que él era el protagonista de aquella historia. Ella solo la narradora. Y aquella historia no podía culminar con algo tan triste. No era justo para aquel deportista tan brillante. Ni para ella. Solo quedaba esperar. El libro estaba casi listo. Pero faltaba el material para el capítulo final.
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"Sabés
dijiste
nunca
nunca fui tan feliz como esta noche.
Nunca. Y me lo dijiste
en el mismo momento
en que yo decidía no decirte..." Idea Vilariño

14 de febrero. Día de San Valentín. No podía haber mejor manera de festejarlo que con el regreso de Héctor a la competencia. El clima previo era de ebullición. Nuevamente el ambiente del básquetbol estaba agitado y expectante. Llegaba la hora de la verdad. En las tribunas, una fiesta de banderas, globos y carteles celebraba el rencuentro de los fanáticos con su dios. 
Lea fue una de las primeras personas en llegar. Se sentó en una de las primeras filas, aunque no en la primera. Faltaba alrededor de una hora para el inicio del juego y él ya estaba en un rincón de la cancha realizando los ejercicios de calentamiento que su preparador físico le indicaba. Media hora más tarde salió el resto del equipo. Era emocionante volver a ver a Héctor entrenar junto con sus compañeros. El profesor ahora indicaba los ejercicos colectivos y todos se sincronizaban. Pero la atención estaba puesta en Héctor. Lea no sabía si él la había visto llegar. Posiblemente sí. Pero fiel a su costumbre este jamás hacía un gesto a la tribuna. Excepcionalmente miraba a las gradas cuando su hijo se encontraba en ellas. Aquella noche el niño no estaba, seguramente su padre le había aconsejado mirar el partido por televisión. Era un día de gran nerviosismo e incertidumbre.
Qué hermoso era verlo jugar. Qué transformación experimentaba aquel rostro pálido. Cuánta pasión en cada jugada, qué destreza extraordinaria. Lea estaba atenta a cada gesto, a cada movimiento de sus manos, a la tensión de sus músculos, al latido de sus venas hinchadas. Al tono de su voz cuando protestaba una jugada o daba indicaciones a sus compañeros. Le gustaba verlo parado de espaldas a la tribuna, las manos en la cintura, la espalda levemente encorvada, el cabello despuntado y húmedo cubriendo aquella nuca. La pesadilla había terminado, seguro había sido tan solo eso, una terrible pesadilla. Porque allí estaba Héctor, su genio y figura, imponiendo su presencia, como antes, como siempre. Y Lea quería que aquel éxtasis fuera interminable, que se acabara el mundo aquella noche.
El equipo, que al haberse desmoronado anímicamente meses antes estaba peligrando la categoría, había logrado, ganando aquel partido, salvarse del descenso. La actitud de todos los jugadores había sido mucho más solidaria, claramente se apreciaba que no exponían a su compañero sacrificándolo en jugadas que bien podían resolverse en forma colectiva. Y para la temporada entrante, con el ánimo renovado y Héctor completamente recuperado, jugadores, técnicos, dirigentes e hinchas aspiraban a ir por más: merecían ganar el campeonato, una vez más. Y una vez más, habría que esperar a setiembre para echar a rodar las ilusiones. Pero la pretemporada fue muy intensa.
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Lea extrañaba a su entrevistado. Sabía que era cuestión de mandar un mensaje para contactarlo. Pero prefería no hacerlo, él lo haría si tenía interés. Y si no tenía interés, para qué forzar una situación que resultara incómoda y decepcionante, como sucediera meses atrás. Muchas veces se vio tentada de ir a los entrenamientos, como mucha gente hacía. Pero no quería despertar suspicacias. Ni siquiera se había atrevido a mandarle un mensaje felicitándolo por su regreso a la competencia. Y le dolía en el alma no haberlo hecho. Pero también era cierto que le dolía en el alma la indiferencia de Héctor. Su olvido. Cuando él estaba presente en cada día de la vida de ella.
Aquella noche Lea tuvo un sueño revelador...
No entendía cuándo ni cómo el objetivo periodístico se había teñido con otro tipo de emociones. Quiso recordar el momento y el motivo por los cuales Héctor había monopolizado sus pensamientos. Mientras él había estado en Venezuela y hasta el día de la lesión la comunicación había sido fluida. Casi amistosa. Luego habían tenido solo dos instancias presenciales.
 La primera había sido decisiva. Se puso a repasar las sensaciones experimentadas aquella noche. Y solo había llegado a una conclusión: le parecían sumamente injustos todos los comentarios hostiles provenientes de algunos sectores de la prensa con los que se había empezado a tejer una especie de leyenda negra sobre Héctor que él no había tenido tiempo ni ganas de desmentir. Héctor no era engreído, ni antipático, ni frío. Era un excelente profesional tal vez un poco introvertido quien en parte como consecuencia de todos los años vividos en el exterior no tenía un trato muy asiduo con los periodistas. Tal vez consideraba que podía prescindir de ellos y no era para menos, dada la actitud poco profesional de algunos. Con Lea había sido diferente, tal vez por tratarse de una periodista mujer. Ella se lo había preguntado. Él había sonreído y le había respondido que su trato era similar con todo el mundo, solo que mucha gente se había empeñado en hacerle mala fama y muchas personas ya tenían un preconcepto de él. Lea en cambio se había mostrado genuina y además era ajena a ese ambiente. Y él mismo estaba ya un poco harto de dar aquella imagen esquiva y había visto con buenos ojos la oportunidad de mostrar otras facetas de su personalidad.
Lea trató luego de rememorar el segundo jueves, algo que le seguía resultando muy difícil. Nunca hubiera querido ver a su ídolo en aquella posición vulnerable, que lo hacía tan comúnmente humano. Pero lo había visto casi desnudar su alma. Hasta que él mismo se había dado cuenta que se estaba pasando el límite de lo meramente profesional y había querido poner un freno a esa situación. Pero desde entonces solo podía mirarlo a través del filtro de la ternura. 
Efectivamente, eso era un problema a resolver si quería que su proyecto finalmente cobrara vida. Pero ahora se presentaba un nuevo inconveniente. Tal vez se había debido a la euforia de haber visto a su ídolo recuperado, a su equipo salvándose del descenso. Mientras tanto, paradójicamente, el silencio de Héctor era lo que mejor que podía sucederle.
Debió esperar pacientemente al primer partido de la pretemporada, a tres semanas de iniciarse el campeonato. Las gradas estaban llenas y ella era una más. No obstante la cancha era pequeña y la gente podía estar a escasos metros del banco. Lea se acomodó en el lugar habitual, y se dio cuenta de lo incómodo que sería ver a Héctor desviar la vista para evitar saludarla. Afortunadamente había llevado su mate. Se dispuso a abrir la matera y cuando se acomodó para mirar los ejercicios de calentamiento y Héctor al pasar le guiñó un ojo. Ella, confundida, respondió con una sonrisa, pero no sabía si él había alcanzado a verla, pues ya estaba practicando tiros. Hasta dudó que aquello hubiera sido real, o que el gesto, en caso de haber existido, hubiera ido dirigido a ella.  Lea sintió los golpes del corazón queriéndose salir del pecho. No pudo concentrarse en el partido, una extraña sensación se lo impedía.  Comenzó a imaginar lo delicioso que sería su abrazo, lo fascinante que sería tocar aquel cuerpo, el cosquilleo casi insoportable que produciría en su piel el suave roce de su barba, cómo se sentiría el susurro de su voz. Despertó, afortunadamente, con el sonido de la chicharra que anunciaba el final del tercer cuarto. Como se trataba solamente de un partido amistoso, y al ir su equipo ganando por amplia ventaja con Héctor mostrándose a pleno, Lea prefirió retirarse.  No quería que contemplar a Héctor se volviera una necesidad. Al menos no antes de haber cumplido con su objetivo.
Quiso alejarse con sus pensamientos. Absorta, se encontró llegando a su casa cuando ahora el sonido del celular la sacó de su trance. Acababa de recibir un mensaje, pero de un número imposible: el número de Héctor. "Hoy te vi temprano. ¿Ya te fuiste?". Lea se detuvo. Evidentemente el partido ya había finalizado, seguramente los árbitros lo habían terminado antes del tiempo reglamentario. Por un momento temió que aquel mensaje se tratara de una broma. Pero respondió y aguardó. La respuesta no demoró en llegar. " Si no te molesta, pasame tu dirección y paso por tu casa en media hora. Se trata del libro..."
Lea entró a su casa como un torbellino. Miró con horror el desorden reinante y en veinte minutos ordenó la sala como pudo y cerró las puertas de las demás habitaciones. Ahora y más que nunca debía controlar el torbellino de emociones que Héctor había despertado en ella. Y auque se derritiera por dentro sabía que debía mostrarse seria, casi distante.
Cuando sonó el timbre, Lea apenas pudo creerlo.
- Te pido disculpas por el desorden, es que no esperaba visitas.
- Por favor, no voy a fijarme en eso, y menos a esta hora. Te sorprenderá que haya querido venir a verte...Es que lo estuve hablando con alguien, no importa con quién. Y sé que te debo una disculpa. Sabés que estaba atravesando el peor momento de mi carrera y te diría que de mi vida. Pero también te había aclarado que cuando me sintiera mejor me pondría en contacto contigo. Bueno, acá estoy.
-Sos un hombre de palabra y no esperaba menos. El libro está casi terminado, comprenderás que durante estos meses seguí trabajando en él. El capítulo final narra mi impresión de lo que fue tu regreso triunfal a las canchas. Leelo atentamente, agregamos tu opinión al respecto y si es que querés hablar de lo que implicó tu proceso de recuperación y de cómo te sentís hoy de cara al futuro, me lo podés enviar por correo. Así pasamos a la etapa de corrección final y podríamos estarlo publicando con suerte a fines de setiembre, justo antes de que empiece la parte más intensa del campeonato. Ya me enteré que este año va a comenzar en octubre.
- Bueno, ya que estoy acá, lo puedo leer ahora. Y ultimamos los detalles hoy mismo. Me viene bien porque después de los partidos me cuesta mucho poder dormirme. ¿Vos trabajás mañana?
- Sí, pero los sábados lo hago desde casa. Sin horarios. Estaba tomando mate. ¿Me acompañás o preferís otra cosa? Tengo cerveza sin alcohol.
- Bárbaro, prefiero. 
- Debés tener hambre. Tengo un par de pizzas congeladas. ¿Te gustan?
- Sí, me encantan.
- Entonces dame unos minutos. Acá tenés mi compu para que vayas leyendo el material. Ah...disculpame que no ponga a Bob Marley, pero ya estaba escuchando a Lenny Kravitz y me da mucha energía. ¿Está bien?
- Bien de bien. Me gusta Lenny.
Durante un rato trabajaron con el trato de dos profesionales, pero poco a poco se fueron soltando, como en aquel primer encuentro, ahora con la ventaja del conocimiento que ambos habían adquirido durante todos los meses de latencia. Héctor se veía distendido, contaba alguna anécdota graciosa y sonreía, sonreía nuevamente, como en aquella noche de abril en que quedaran campeones y ella se le había acercado por primera vez. Cuánto tiempo había transcurrido y cómo habían ido evolucionando sus emociones. Lea recuperó la fascinación por su proyecto; Héctor era maravilloso, bien que se encargara de disimularlo. Y era increíble cómo su actitud variaba de acuerdo con sus estados de ánimo, lo cual lo hacía, definitivamente, increíblemente humano. Ya no cabía ninguna duda. Era el dios más humano que pudiera existir. Y se merecía aquel homenaje, creado con todo amor. Por otra parte, todo fluía de manera tan natural que Héctor no podía sospechar siquiera todo lo que había pasado un rato antes por la mente de Lea. El libro se había gestado. Faltaba seleccionar la foto que luciría en la tapa. Fue Lea quien la eligió, con la venia de Héctor, claro está. Era la foto que había elegido desde el primer instante, desde antes de haber contactado a Héctor. Las fotos que ilustarían los capítulos serían aportadas por él exclusivamente. Algunas ya se las había mostrado pero había más, casi todas inéditas, lo cual haría que el contenido final tuviera un gran valor documental.

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 "Eros, yo quiero guiarte, Padre ciego...
Pido a tus manos todopoderosas,
Su cuerpo excelso derramado en fuego
Sobre mi cuerpo desmayado en rosas!" Delmira Agustini.


- Bueno, no tengo más que agradecer a Lea por su paciencia, por haber esperado meses a que yo estuviera recuperado física y emocionalmente. No fue fácil. Fueron meses muy duros. Pero hoy podemos estar acá hablando de algo lindo. Escuchémosla a ella.
- Hola a todos, gracias por acompañarnos esta noche. Es muy importante para mí que estén aquí. En primer lugar debo expresarle, una vez más, mi agradecimiento a Héctor por haberme permitido realizar este proyecto. Aunque hablar de proyecto es algo muy frío. En realidad este es un sueño hecho realidad, y este señor que está aquí a mi lado me ha permitido cumplirlo, con su humildad y su excelente disposición. Es cierto que en medio de todo este proceso se dieron unos meses muy difíciles. Afortunadamente eso quedó atrás. Apenas toqué ese punto en este libro, solo con la intención de transmitir un mensaje de profesionalismo y de perseverancia: no solo en el ámbito deportivo, sino que en cualquier área profesional, técnica, laboral, los frutos se logran con esfuerzo, con disciplina. El talento, ese don natural, no es suficiente, debe alimentarse cada día. Y es en las situaciones adversas cuando ese espíritu de lucha sale a relucir con más fuerza, para no dejarnos caer abatidos. Héctor logró algo que a muchos les parecía imposible, pero no es un hecho casual, sino el resultado de una manera de encarar la vida, en todos los aspectos. Ese profesionalismo casi único es lo que me llevó a querer escribir este libro. Héctor es un ídolo para muchas personas, un referente para muchos niños y jóvenes deportistas, y en mi humilde opinión, él es merecedor de toda esa idolatría. Espero que los lectores logren hallar en estas páginas la magia inspiradora que le dio vida. Es un libro que va más allá de datos estadísticos, en cuyas páginas podrán ir descubriendo, paralelamente al deportista de excepción que todos ya conocen, a un ser humano increíble. Les deseo que puedan experimentar en la lectura de estas líneas el place! r est&ea cute;tico que yo pude experimentar al escribirlas. 

El final del evento fue de lo más convencional. Un brindis en medio de halagos que Lea quería hacer desembocar siempre en el protagonista de su biogragfía. El hombre que había invadido el mundo de sus pensamientos y sus sueños.
 Los amigos y familiares presentes compraron el libro y se fueron retirando, poco a poco. También los dirigentes del club y los periodistas, que seguían conversando afuera. Solo quedaban los editores, visiblemente satisfechos, quienes serían los últimos en retirarse, la pareja protagonista y el contratista de Héctor, con el libro que Lea le había dedicado y obsequiado. Lea daba por descontado que deportista y contratista se retirarían juntos, por lo que, luego de despedirse de sus compañeros de la editorial, se dirigió a despedirse de ellos. Pero Gonzalo se anticipó y despidiéndose antes, se retiró solo. Lea sintió un estremecimiento que puso su piel de gallina. Qué situación incómoda, no sabía si él lo había hecho a propósito para dejarlos solos. Su intuición le dijo que sí pero si bien era una situación ideal, le generaba temor. Si Héctor se iba solo aquella noche, Lea ya no tendría más oportunidad de contactarlo, con ninguna excusa. Volvería a ser una fanática más, contemplándolo desde las tribunas. Él, dependiendo de su estado de ánimo, alguna vez la saludaría, recordando estos momentos compartidos, y otras veces ni siquiera se percataría de su presencia.
 Afortunadamente, fue Héctor quien por segunda vez, rompió el hielo. 
- Bueno, ¿nos vamos?
- Sí, claro. Gracias por todo, Héctor.
- ¿ No vamos a celebrar? 
- Sí, me encantaría.- Lea sentía su cara totalmente encendida, es decir que nada de lo que cualquiera de los dos pudiera decir podría hacerla enrojecer más.
- Entonces, vamos.
- ¿ A dónde vamos?
- Te propongo venir conmigo al lugar donde empezó todo.
- ¿ A la cantina del club?- Lea sabía que la pregunta resultaba tonta, pero no quería hacerse falsas expectativas y quedar expuesta.
- Bueno, ¿ por qué no?- sonrió Héctor. - A esta hora debe estar abierta. Pero en realidad te estaba diciendo de ir a casa.
Lea tragó saliva. - Buenísimo, me encanta la idea.
- Estás segura...
-Claro.
- Bien, ¿ viniste en auto?
-Sí.
- Qué suerte. Manejás vos entonces, a mí me trajo Gonzalo.
De camino a la casa de Héctor, Lea se preguntó si todo aquello habría sido planeado o era una feliz casualidad. No podía creer que en el asiento del acompañante estuviera él.
Una vez más se encontraba en la puerta de aquel edificio, pero esta vez entrarían juntos. Era una noche de setiembre bastante tibia para la época. Y Lea no podía achacarle a la temperatura sus temblores. Solo esperaba que él no se diera cuenta, al menos todavía. Subir ocho pisos en ascensor fue casi interminable. La llave parecía no terminar de girar en la cerradura. La luz se encendió a su paso y por fin oyó que la puerta se cerraba detrás de sí. Héctor, luego de decirle que se sintiera cómoda, se dirigió a la cocina. Lea tuvo que sentarse, el zumbido en los oídos y los puntos brillantes en la vista la inquietaron. No quería hacer un nuevo papelón. Recostó su cara en el brazo izquierdo, cerró los ojos y por un instante pensó que si acaso perdía momentáneamente la visión y el oído, el sentido del tacto sería más que suficiente. No pudo evitar reírse de tan absurdo pensamiento y no pudo saber cuántos minutos habían transcurrido cuando sintió que la mano de Héctor tocaba su mano e hizo que se pusiera de pie. Era la primera vez que un contacto físico tan directo se producía entre ellos.
- ¿Estás bien? Creo que acá no estás muy cómoda. Vení, preparé algo.
Aturdida, quiso dirigirse a la cocina, pero Héctor sin soltar su mano la condujo hacia la sala y encendió la música. No era Bob Marley, tampoco Lenny Kravitz, eran baladas clásicas en inglés. Ni en su más hermosa ensoñación, al escuchar aquellas baladas en la soledad de su cuarto, siendo adolescente, Lea se visualizó jamás viviendo una situación como aquella. La luz era tenue. Y allí estaba él, alcanzándole un vaso. Cuando lo miró a los ojos, notó que su mirada, antes tan camaleónica, por fin era diferente. Esos ojos sí la miraban de verdad. También supo que su propia mirada era diferente. Ya no quería ocultarle nada, quería que sus ojos hablaran, que pudieran traducir lo inefable. Y sentía que lo estaba logrando. El contacto con la mano de Héctor había encendido un fuego que era ya incontenible. Envuelta en aquella atmósfera, Lea sintió que no le importaría lo que ocurriera mañana. Y eso le permitiría adueñarse de aquel momento. Mañana o pasado, junto con el recuerdo de lo vivido, tendría el increíble consuelo de ver en cada librería, al pasar, su libro con su nombre, el nombre de ambos, y la foto de portada tan hermosa que ambos habían seleccionado. Era la foto de Héctor preferida por ella, pues aquella expresión de su rostro, aquel gesto de su boca, aquella posición de sus brazos, definían a la perfección lo que Lea había querido transmitir a través de la escritura.  Y él había estado de acuerdo. Pero en aquel instante tuvo una epifanía: supo que cada gesto de él, aquella noche, cada movimiento de sus músculos, cada sonido de su voz, cada palpitar de sus venas, así como el sudor que gota a gota corriera por su cuerpo, sería suyo, únicamente suyo. Y que ! despu&ea cute;s, al tener que volver a compartir a ese hombre, desde la lejanía de las gradas, con los demás fanáticos, podría sacar de lo más recóndito de su alma este recuerdo, que los haría cómplices, y que podría atesorar para alimentar absolutamente todo el tiempo que le restara de vida.

"Tal vez
de cuatro o cinco noches como ésas
pero precisamente como ésas
tal vez
pueda vivirse
como de un largo amor
toda una vida." Idea Vilariño.

Cuidad de la Costa, 2016.

All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Daniela Di Napoli.
Published on e-Stories.org on 19.01.2017.

 
 

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